lunes, 28 de septiembre de 2009

Réquiem con tostadas (un cuento de Mario Benedetti)

Sí, me llamo Eduardo. Usted me lo pregunta para entrar de algún modo en conversación, y eso puedo entenderlo. Pero usted hace mucho que me conoce, aunque de lejos. Como yo lo conozco a usted. Desde la época en que empezó a encontrarse con mi madre en el café de Larrañaga y Rivera, o en éste mismo. No crea que los espiaba. Nada de eso. Usted a lo mejor lo piensa, pero es porque no sabe toda la historia. ¿O acaso mamá se la contó? Hace tiempo que yo tenía ganas de hablar con usted, pero no me atrevía. Así que, después de todo, le agradezco que me haya ganado de mano. ¿Y sabe por qué tenía ganas de hablar con usted? Porque tengo la impresión de que usted es un buen tipo. Y mamá también era buena gente. No hablábamos mucho de ella y yo. En casa, o reinaba el silencio, o tenía la palabra mi padre. Pero el Viejo hablaba casi exclusivamente cuando venía borracho, o sea casi todas las noches, y entonces más bien gritaba. Los tres le teníamos miedo: mamá, mi hermanita Mirta y yo. Ahora tengo trece años y medio, y aprendí muchas cosas, entre otras que los tipos que gritan y castigan e insultan, son en el fondo unos pobres diablos. Pero entonces yo era mucho más chico y no lo sabía. Mirta no lo sabe ni siquiera ahora, pero ella es tres años menor que yo, y sé que a veces en la noche se despierta llorando. Es el miedo. ¿Usted alguna vez tuvo miedo? A Mirta siempre le parece que el Viejo va a aparecer borracho, y que se va a quitar el cinturón para pegarle. Todavía no se ha acostumbrado a la nueva situación. Yo, en cambio, he tratado de acostumbrarme. Usted apareció hace un año y medio, pero el Viejo se emborrachaba desde hace mucho más, y no bien agarró ese vicio nos empezó a pegar a los tres. A Mirta y a mí nos daba con el cinto, duele bastante, pero a mamá le pegaba con el puño cerrado. Porque sí nomás, sin mayor motivo: porque la sopa estaba demasiado caliente, o porque estaba demasiado fría, o porque no lo había esperado despierta hasta las tres de la madrugada, o porque tenía los ojos hinchado de tanto llorar. Después, con el tiempo, mamá dejó de llorar. Yo no sé cómo hacía, pero cuando él le pegaba, ella ni siquiera se mordía los labios, y no lloraba, y eso al Viejo le daba todavía más rabia. Ella era consciente de eso, y sin embargo prefería no llorar. Usted conoció a mamá cuando ella ya había aguantado y sufrido mucho, pero sólo cuatro años antes (me acuerdo perfectamente) todavía era muy linda y tenía buenos colores. Además era una mujer fuerte. Algunas noches, cuando por fin el Viejo caía estrepitosamente y de inmediato empezaba a roncar, entre ella y yo lo levantábamos y lo llevábamos hasta la cama. Era pesadísimo, y además aquello era como levantar a un muerto. La que hacía casi toda la fuerza era ella. Yo apenas si me encargaba de sostener una pierna, con el pantalón todo embarrado y el zapato marrón con los cordones sueltos. Usted seguramente creerá que el Viejo toda la vida fue un bruto. Pero no. A papá lo destruyó una porquería que le hicieron. Y se la hizo precisamente un primo de mamá, ese que trabaja en el Municipio. Yo no supe nunca en qué consistió la porquería, pero mamá disculpaba en cierto modo los arranques del Viejo porque ella se sentía un poco responsable de que alguien de su propia familia lo hubiera perjudicado en aquella forma. No supe nunca qué clase de porquería le hizo, pero la verdad era que papá, cada vez que se emborrachaba, se lo reprochaba como si ella fuese la única culpable. Antes de la porquería, nosotros vivíamos muy bien. No en cuanto a la plata, porque tanto yo como mi hermana nacimos en el mismo apartamento (casi un conventillo) junto a Villa Dolores, el sueldo de papá nunca alcanzó para nada, y mamá siempre tuvo que hacer milagros para darnos de comer y comprarnos de vez en cuando alguna tricota o algún par de alpargatas. Hubo muchos días en que pasábamos hambre (si viera qué feo es pasar hambre), pero en esa época por lo menos había paz. El Viejo no se emborrachaba, ni nos pegaba, y a veces hasta nos llevaba a la matinée. Algún raro domingo en que había plata. Yo creo que ellos nunca se quisieron demasiado. Eran muy distintos. Aún antes de la porquería, cuando papá todavía no tomaba, ya era un tipo bastante alunado. A veces se levantaba al mediodía y no le hablaba a nadie, pero por lo menos no nos pegaba ni la insultaba a mamá. Ojalá hubiera seguido así toda la vida. Claro que después vino la porquería y él se derrumbó, y empezó a ir al boliche y a llegar siempre después de media noche, con un olor a grapa que apestaba. En los últimos tiempos todavía era peor, porque también se emborrachaba de día y ni siquiera nos dejaba ese respiro. Estoy seguro de que los vecinos escuchaban todos los gritos, pero nadie decía nada, claro, porque papá es un hombre grandote y le tenían miedo. También yo le tenía miedo, no sólo por mi y por Mirta, sino especialmente por mamá. A veces yo no iba a la escuela, no para hacer la rabona, sino para quedarme rondando la casa, ya que siempre temía que el Viejo llegara durante el día, más borracho que de costumbre, y la moliera a golpes. Yo no la podía defender, usted ve lo flaco y menudo que soy, y todavía entonces lo era más, pero quería estar cerca para avisar a la policía. ¿Usted se enteró de que ni papá ni mamá eran de ese ambiente? Mis abuelos de uno y otro lado, no diré que tienen plata, pero por lo menos viven en lugares decentes, con balcones a la calle y cuartos con bidet y bañera. Después que pasó todo, Mirta se fue a vivir con mi abuela Juana, la madre de mi papá, y yo estoy por ahora en casa de mi abuela Blanca, la madre de mamá. Ahora casi se pelearon por recogernos, pero cuando papá y mamá se casaron, ellas se habían opuesto a ese matrimonio (ahora pienso que a lo mejor tenían razón) y cortaron las relaciones con nosotros. Digo nosotros, porque papá y mamá se casaron cuando yo ya tenía seis meses. Eso me lo contaron una vez en la escuela, y yo le reventé la nariz al Beto, pero cuando se lo pregunté a mamá, ella me dijo que era cierto. Bueno, yo tenía ganas de hablar con usted, porque (no sé qué cara va a poner) usted fue importante para mí, sencillamente porque fue importante para mi mamá. Yo la quise bastante, como es natural, pero creo que nunca podré decírselo. Teníamos siempre tanto miedo, que no nos quedaba tiempo para mimos. Sin embargo, cuando ella no me veía, yo la miraba y sentía no sé qué, algo así como una emoción que no era lástima, sino una mezcla de cariño y también de rabia por verla todavía joven y tan acabada, tan agobiada por una culpa que no era suya, y por un castigo que no se merecía. Usted a lo mejor se dio cuenta, pero yo le aseguro que mi madre era inteligente, por cierto bastante más que mi padre, creo, y eso era para mi lo peor: saber que ella veía esa vida horrible con los ojos bien abiertos, porque ni la miseria ni los golpes ni siquiera el hambre, consiguieron nunca embrutecerla. La ponían triste, eso sí. A veces se le formaban unas ojeras casi azules, pero se enojaba cuando yo le preguntaba si le pasaba algo. En realidad, se hacía la enojada. Nunca la vi realmente mala conmigo. Ni con nadie. Pero antes de que usted apareciera, yo había notado que cada vez estaba más deprimida, más apagada, más sola. Tal vez por eso fue que pude notar mejor la diferencia. Además, una noche llegó un poco tarde (aunque siempre mucho antes que papá) y me miró de una manera distinta, tan distinta que yo me di cuenta de que algo sucedía. Como si por primera vez se enterara de que yo era capaz de comprenderla. Me abrazó fuerte, como con vergüenza, y después me sonrió. ¿Usted se acuerda de su sonrisa? Yo sí me acuerdo. A mí me preocupó tanto ese cambio, que falté dos o tres veces al trabajo (en los últimos tiempos hacía el reparto de un almacén) para seguirla y saber de qué se trataba. Fue entonces que los vi. A usted y a ella. Yo también me quedé contento. La gente puede pensar que soy un desalmado, y quizá no esté bien eso de haberme alegrado porque mi madre engañaba a mi padre. Puede pensarlo. Por eso nunca lo digo. Con usted es distinto. Usted la quería. Y eso para mí fue algo así como una suerte. Porque ella se merecía que la quisieran. Usted la quería ¿verdad que sí? Yo los vi muchas veces y estoy casi seguro. Claro que al Viejo también trato de comprenderlo. Es difícil, pero trato. Nunca lo pude odiar, ¿me entiende? Será porque, pese a lo que hizo, sigue siendo mi padre. Cuando nos pegaba, a Mirta y a mi, o cuando arremetía contra mamá, en medio de mi terror yo sentía lástima. Lástima por él, por ella, por Mirta, por mí. También la siento ahora, ahora que él ha matado a mamá y quién sabe por cuanto tiempo estará preso. Al principio, no quería que yo fuese, pero hace por lo menos un mes que voy a visitarlo a Miquelete y acepta verme. Me resulta extraño verlo al natural, quiero decir sin encontrarlo borracho. Me mira, y la mayoría de las veces no dice nada. Yo creo que cuando salga, ya no me va a pegar. Además, yo seré un hombre, a lo mejor me habré casado y hasta tendré hijos. Pero yo a mis hijos no les pegaré, ¿no le parece? Además estoy seguro de que papá no habría hecho lo que hizo si no hubiese estado tan borracho. ¿O usted cree lo contrario? ¿Usted cree que, de todos modos hubiera matado a mamá esa tarde en que, por seguirme y castigarme a mí, dio finalmente con ustedes dos? No me parece. Fíjese que a usted no le hizo nada. Sólo más tarde, cuando tomó más grapa que de costumbre, fue que arremetió contra mamá. Yo pienso que, en otras condiciones, él habría comprendido que mamá necesitaba cariño, necesitaba simpatía, y que él en cambio sólo le había dado golpes. Porque mamá era buena. Usted debe saberlo tan bien como yo. Por eso, hace un rato, cuando usted se me acercó y me invitó a tomar un capuchino con tostadas, aquí en el mismo café donde se citaba con ella, yo sentí que tenía que contarle todo esto. A lo mejor usted no lo sabía, o sólo sabía una parte, porque mamá era muy callada y sobre todo no le gustaba hablar de sí misma. Ahora estoy seguro de que hice bien. Porque usted está llorando, y, ya que mamá está muerta, eso es algo así como un premio para ella, que no lloraba nunca.
(La muerte y otras sorpresas, 1968).

martes, 22 de septiembre de 2009

Paz sin Fronteras en La Habana y Juan sin Miedo

Como es lógico, ya se imaginarán que no podía dejar pasar la ocasión de escribir este post y dedicarlo al concierto que se llevó a cabo el día domingo 20/09/2009 en La Habana (Cuba), organizado por el cantautor colombiano Juanes y al que se denominó “Paz sin Fronteras”.
Es cierto que éste no es el primer concierto de esta naturaleza que Juanes organiza y presenta (en realidad es el segundo, creo), pero por las características propias que lo rodearon es, a todas luces, el más importante.
La asistencia masiva del pueblo cubano a la Plaza de la Revolución donde se llevó a cabo el mega evento silenció en gran parte las críticas de cierto sector de exiliados cubanos radicados en Miami (EEUU) apoyados por ciertos elementos de la más rancia derecha norteamericana, aunque claro está que no podemos generalizar, debemos hacer mención a expresiones de rechazo al concierto como lo ocurrido en la famosa Calle 8 de la capital del estado de Florida, donde un grupo de personas, rompieron con martillos una gran cantidad de discos de Juanes e invocaban a su vez a sus parientes en la isla que no asistan al evento.
Cabe señalar que la cantidad aproximada de asistentes al “Concierto por la Paz” ha superado el millón ciento cincuenta mil personas (en una temperatura de 35ºC). Entre los artistas que compartieron su música estuvieron Olga Tañón (Puerto Rico), Juan Fernando Velazco (Ecuador), Miguel Bosé (España), Jovanotti (Italia), Carlos Varela (Cuba) y el mismísimo Juanes. También estuvieron los conocidos Luis Eduardo Aute, Víctor Manuel y Silvio Rodríguez.
El evento se caracterizado por evitar pronunciamientos de carácter político y basar los mensajes en principios de orden universal como la paz y la igualdad.
Considero particularmente interesante lo mencionado por la cantante Cucú Diamante, quien es una artista cubana radicada en EU y que a pesar de esa circunstancia decidió retornar a la isla a llevar el arte que practica a sus paisanos, quien dijo “que el mundo se abra a Cuba”, mención básica a días de la renovación del bloqueo por parte de la administración norteamericana del presidente Obama.
Podríamos decir mucho más sobre lo emocionante que resultó ver (y escuchar) en vivo (y en transmisión mundial) a esa cantidad de gente coreando el emblemático tema: “Ojala” de Silvio Rodríguez. Eso fue particularmente estremecedor.
Más allá de los puntos de vista que se puedan ensayar acerca del certamen, creo que es de suma importancia no incrementar el bloqueo que tanto sufrimiento le ha llevado al pueblo cubano, con oponiéndose a que expresiones artísticas de otras partes del mundo les cante y acerque su voz (esto es extensivo a todas las formas de arte que existen).
Mención aparte merece la férrea voluntad de Juanes, quien superó la oposición, los insultos e inclusive las amenazas de muerte que le hicieran llegar. Vale haber sido apodado como “Juan Sin Miedo”, quien ahora prepara un nuevo concierto en la frontera mexicana con EU.
No sé si se percataron que al final del concierto, Juanes apareció con una gorra amarilla que en ingles decía “you rock dude”, es decir: “ustedes son lo máximo”.
Desde esta parte del mundo: Gracias pueblo cubano, gracias Juanes.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El cisne y el fantasma (apunte breve)


Se miraron fijamente, de una mesa a la otra, era una celebración especial y ambos eran protagonistas (entre muchos otros) de esa luminosa noche. Habían pasado más de dos décadas desde que la vio por última vez. Había llegado la hora de lavar las heridas.
El recordó la tarde en que sintió que su corazón era preparado para convertirse en decenas de palitos de jugoso anticucho, eran demasiados pedazos para contarlos y menos para creer que algún día los podría juntar y volver a ver a otra mujer con la tierna alegría con que lo hacía con ella.
Como todo irresponsable que juraba que sus poemas eran suficiente para hacerla feliz, no calculó que - como muchas mujeres - sus ilusiones estaban puestas en el matrimonio, la familia y en su éxito profesional. Los poemas son lindos… pero...
Todo es mi culpa le dijo, mientras le suplicaba que no lo dejase, pero la decisión estaba tomada, la única salida que le quedaba era aprender ese nuevo mundo de soledad al que era arrojado y explorarlo como un ciego, reinventar la forma de las cosas y tratar de no convertirse en un fantasma. Dio gracias de no haber sido argentino, porque de haberlo sido, todos los tangos hubieran cobrado un sentido fatal. Se puso a buscar refugios, tuvo miedo, los boleros hicieron el resto.
Poco a poco recordó los días y años posteriores, se volvió duro, dejó atrás la ternura, enterró el poemario que había prometido publicar algún día, se juntó con otros de su especie (suicidas inmortales diría Jorge Millones), y acompañaron sus soledades en cantinas de mala muerte, aunque a veces en elegantes lugares, de los cuales eran echados con relativa rapidez.
Nunca se casó, nadie quería casarse con un fantasma y además ex – poeta, con eventuales y esporádicas ocupaciones que a veces le proveían de algún dinero que era rápidamente malgastado en continuar el viejo ritual de la tortura. Nadie conoció a alguien tan falto de futuro.
Estaba paseando esos recuerdos hasta que alguien de la mesa dijo ¡salud!, y eso le hizo regresar a la realidad. De nuevo esa mirada en la mesa del otro lado del salón, mirada de pena, de compasión. Dijo para sí “a la mierda, un par de tragos más y le hablo”.
La noche transcurría con relativa normalidad, aunque para gente como él – falto de roce social – el tiempo tiene variables diferentes, así que cuando decidió acercarse y estaba a un metro de su espalda (y su cabello) alguien dijo:
- ¿vamos mi amor?, vine a recogerte hace un rato, pero tus compañeros no dejaban que me acerque con tanto whisky ¿lista?
- Si, contesto ella y se despidió de todos, menos de él.
La vio pasar por su lado como un cisne.
Si pues, se dijo, ha llegado la hora de lavar las heridas, para eso los perros callejeros son unos maestros y comenzó a lamer.

martes, 1 de septiembre de 2009

Los Danza de los Invisibles (Putis 2009)


En estos días ha sido materia periodística la entrega a sus respectivos parientes, de los restos mortales de comuneros provenientes de diversas zonas y que fueron asesinados en Putis (Santillana, Huanta, Ayacucho) el 13 de diciembre de 1984 en dicha comunidad campesina. La cantidad de comuneros asesinados no baja de la cifra de 123.
La CVR (Comisión de la Verdad y Reconciliación) en su Informe Final da cuenta de dichos sucesos, señalando que los “miembros de diversas comunidades como Cayramayo, Vizcatampampa, Orccohuasi y Putis fueron víctimas de una ejecución arbitraria llevada a cabo por miembros del Ejército acantonados en la comunidad de Putis. Los comuneros fueron reunidos por los militares con engaños, obligados a cavar una fosa y luego acribillados por los agentes del orden” (2.14. Ejecuciones Extrajudiciales en Putis (1984) Informe Final).

Resulta particularmente preocupante la actitud de los diversos gobiernos que desde entonces transcurrieron, ya que hasta la fecha y pese a los reiterados pedidos de diversas organizaciones y del Ministerio Público, cuyas autoridades del sector (Ministro de Defensa incluido) se niegan a proporcionar la identidad de los responsables, cuyos “alias” son oficial “Lalo”, Teniente “Bareta” y Comandante “Oscar”; sería ingenuo pensar que no existen registros de los oficiales a cargo de determinada base en diciembre de 1984.
En la edición del programa Cuarto Poder del domingo 23 de agosto pasado pasaron un reportaje acerca de la entrega de los restos mortales de los comuneros asesinados, únicamente pudieron ser identificados una veintena de ellos, lamentablemente se requiere muestras de ADN de, por lo menos, dos parientes directos, y en muchos casos, no ha sido posible ubicar a éstos, ya sea porque migraron a zonas alejadas del lugar de los hechos o porque la familia en su totalidad fue exterminada en esa masacre.
En el reportaje se mostraban declaraciones de personas que recibían a sus padres, madres, hijos, hijas, hermanos, hermanas, etc., se les hacía entrega de ataúdes blancos y pequeños como si se tratase de ataúdes de niños, aunque inclusive así resultaban bastante grandes para la poca cantidad de restos que allí cabían.
Una de esas declaraciones la brinda una anciana quechua – hablante, que en runasimi decía “(… ) yo solamente quiero que el señor presidente nos vea, que nos mire (…)”, claro está que la traducción que aparecía a modo de sub títulos en la pantalla del televisor no traducía a plenitud la expresión de la señora, ella acababa de recibir los restos de su hija y su nieto.
Lo dicho por la señora da cuenta de un aspecto varias veces comentado pero, al parecer, hasta ahora poco racionalizado y menos internalizado: los campesinos víctimas de la violencia política tienen como su mayor problema su “invisibilidad”. Negados por una infame Lima que durante años se negó a “mirar” más allá de sus cerros (aunque algunos barrios o distritos ni siquiera ven los cerros, prefieren alambrarlos como si así pintasen un nuevo paisaje que no los incomode con su, dicen, mal gusto), y negados también y sobre todo por un sistema que no los acepta, que los excluye permanentemente, históricamente, y para colmo esta un presidente que considera que existen ciudadanos de “segunda clase”.
La negación de la presencia del peruano rural, no solamente es patrimonio de la provincia capital (o no es provincia capital?), el factor exclusión se observa en casi todas las ciudades medianas y grandes del país, pero es sin duda Lima, sede del poder oficial, la que destaca por ser tan eficaz para omitir las visiones del pasado y del presente.

Resulta urgente limpiar los ojos de las cosas que nos impide ver al prójimo y respetarlo, que nos impide oír el llanto de los deudos, que nos hacen olvidar que basta con una víctima para que nuestra solidaridad se active y que no es necesario que mueran cien o más para que alguien se fije en esa tragedia, no se trata de ver el Perú rural como una postal, como un paisaje, como souvenir, ya que si se mantiene esa mirada de exclusión los invisibles seguirán cantando sus muertos y bailando sus penas en un país que ellos no reconocen como suyo, y no es para menos.
Lo terrible de este tema es que la exclusión genera personas que, llegado el caso, no tienen nada que perder, que observan todos los días la fiesta a la que nadie les invita y cada vez que quieren hacer llegar su voz, ésta no es escuchada por la estructura “oficial” porque todos los días se le quita el audio a esa película y se apaga esa pantalla para no verlos, quién mejor para resumir esa actitud que el conductor de TV Raúl Romero que alguna vez dijo, respecto de los asesinatos de la Cantuta y Barrios Altos: “finalmente, a mí qué me importa que se muera gente que ni siquiera conozco!!!”.