lunes, 31 de enero de 2011

Las flores buenas de Javier (tres poemas de Javier Heraud)


Cuando en este Blog he publicado poemas de César Calvo, por quien ha quedado clara mi admiración, es inevitable mencionar a su gran amigo Javier Heraud. El río Madre de Dios fue testigo de su muerte y de las cobardes balas que cegaron su vida.
La primera vez que fui a Puerto Maldonado, localidad capital del departamento de Madre de Dios en el oriente peruano, visité el “cementerio antiguo” donde – entre la maraña de la selva – se encuentra la tumba de eternamente joven miraflorino.
La canción que Chabuca Granda le hizo, explica el dolor que provocó su involuntaria partida.
Tres poemas de Javier Heraud
:

MI CASA MUERTA

1
No me derrumban mi casa
vieja había dicho.
No derrumben mi casa.

2
Teníamos nuestra pérgola,
y dos puertas a la calle,
un jardín a la entrada,
pequeño pero grande,
un manzano que yace seco
ahora por el grito
y el cemento.
El durazno y el naranjo
habían muerto anteriormente,
pero teníamos también
(¡cómo olvidarlo!)
un árbol de granadas.
Granadas que salían
de su tronco,
rojas,
verdes,
el árbol se mezclaba
con el muro,
y al lado,
en la calle,
un tronco que
daba moras
cada año
que llenaba de hojas
en otoño las puertas
de mi casa.

3
No derrumben mi vieja casa,
había dicho,
dejen al menos mis
granadas
y mis moras,
mis manzanas y mis
rejas.

4
Todo esto contenía
mi pequeño jardín.
Era un pedazo de
tierra custodiado
día y tarde por una
verja,
una reja castaña y alta
que
los niños a la salida
del colegio
saltaban fácilmente,
llevándose las manzanas
y las moras,
las granadas
y las flores.

5
Es cierto, no lo niego,
las paredes se caían
y las puertas no cerraban
totalmente.
Pero mataron mi casa,
mi dormitorio con su
alta ventana mañanera.
Y no quedo nada
del granado,
las moras ya no
ensucian mis zapatos,
del manzano sólo veo
hoy día,
un triste tronco que
llora sus manzanas
y sus niños.

6
Mi corazón se quedó
con mi casa muerta.
Es difícil rescatar
un poco de alegría,
yo he vivido entre
carros y cemento,
yo he vivido siempre
entre camiones
y oficinas,
yo he vivido entre
ruinas todo el tiempo,
y cambiar un poco
de árbol y de pasto,
una palmera antigua
con columpios,
una granada roja
disparada en la batalla,
una mora caída con un niño,
por un poco
de pintura
y de granizo,
es
cambiar
también algo
de alegría
y de tristeza,
es cambiar también
un poco de mi vida,
es llamar también
un poco aquí a la muerte.

(que me acompañaba
todas las tardes
en mi vieja casa,
en mi casa muerta).


UNAS COSAS

Mariposas, árboles
calles angostas y
venideras, ¡cómo decirles
que a la hora del crespúsculo
sus ramas vivideras volverán
a crujir en la tormenta!
Si en la noche
remontaran el más ancho río,
¡cómo negarles su candor
sangriento,
su pecho claro
esclarecido!
Mariposas, árboles en la
tormenta, en el río claro
merced vuestras alas al
ruidoso viento
que entre los dos saldrá
la madrugada.


SOLO
En las montañas o el mar
sentirme solo, aire, viento,
árbol, cosecha estéril.
Sonrisa, rostro, cielo y
silencio, en el Sur, o en
el Este, o en el nacimiento
de un nuevo río.
Lluvia, viento, frío
y azota.
Costa, relámpago, esperanza,
en las montañas o en el
mar.
Solo, solo,
sólo tu sola risa,
sólo mi solo espíritu,
solo
mi soledad
y
su
silencio.

miércoles, 26 de enero de 2011

Ariel Dorfman y una deuda que duele, como las montañas

El otro día entré al nuevo blog de Rocío Silva Santisteban, allí encontré un post que reproduce una suerte de artículo perteneciente al escritor chileno Ariel Dorfman, publicado hace muy poco en la revista virtual “Sin Permiso”. Se llama “Pagando una Deuda Imposible”. Digo que parece un artículo en tanto constituye una confesión dolorosa, sincera y penitente. Un acto de expiación necesaria por un episodio que lo viene atormentando hace años, desde la muerte (suicidio, en realidad) del muy querido José María Arguedas.
Ariel Dorfman es chileno, pese a haber nacido en Buenos Aires en 1942, es poeta, dramaturgo, novelista y ensayista. Entre sus obras figura, junto a Armand Mattelart “Para leer al Pato Donald “, “La muerte y la doncella” (llevada al cine por Roman Polanski).
Ahora que se recuerdan los cien años del nacimiento de Arguedas y las celebraciones oficiales están a la orden del día, Dorfman confiesa, y lo que van a leer, explica – aunque sea tangencialmente – una temprana partida.
Rocía Silva Santisteban señala que reprodujo el artículo “sin permiso”, motivada por la belleza del texto. Por esa misma razón este “Exilio Inmóvil” hace lo mismo.

Pagando una deuda imposible

Por Ariel Dorfman, 18/01/2011

Cien años han pasado desde aquel 18 de enero de 1911 en que vino al mundo el fundacional escritor peruano José María Arguedas, un centenario que me permite, por primera vez, confesar que tengo con él una deuda que no acabo de pagar.
Hoy, cuando la especie se encamina hacia el apocalipsis, no hay nadie más vivo que José María Arguedas. Hay otra humanidad posible, la del amor a la naturaleza de la cultura de los Andes. Muchos de los que tuvimos el privilegio y el goce de ser sus amigos tenemos una deuda parecida: este novelista y antropólogo que revolucionó el campo literario latinoamericano y modificó drásticamente la manera en que percibimos a los pueblos originarios del mundo terminó, desesperado y deprimido, suicidándose en Lima a la edad de 68 años -la misma edad que, extrañamente, detento yo ahora que por fin asumo públicamente la culpa personal que me toca en su prematura desaparición-.
Pese a que me llevaba más de tres décadas de ventaja, fuimos entrañables amigos. Gracias a los buenos oficios de Pedro Lastra, y de los Arredondo, la familia chilena de la mujer de José María, pude intimar con él después de haberlo leído con encanto y también con algo de desasosiego ante el abismo de perversidad que revelaba en un Perú que maltrataba y despreciaba a las candentes mayorías indígenas. Tuvimos largas conversaciones, lo escuché cantar huaynos en quechua, lo vi danzar hasta el amanecer, llegué a entrevistarlo varias veces y finalmente produje un ensayo sobre su obra que él refrendó, y esa empatía mía con su literatura y persona lo llevaron a llamarme hermano, parte de la misma lucha por la belleza y la justicia y la verdad.
Apreciaba mis opiniones. No lo digo para vanagloriarme, sino porque es indispensable para asomarse al desenlace de nuestra relación. Apreciaba mis opiniones, repito, y fue por eso que, en octubre de 1969 -¿o puede haber sido en septiembre o a principios de noviembre?- me avisó de que venía a Santiago y que quería verme, “por algo importante”. Lo que le desvelaba, me explicó, cuando finalmente nos encontramos, era su nueva novela, El zorro de arriba y el zorro de abajo, aún inconclusa.
-Necesito saber lo que piensas, Ariel. No se asemeja a nada que haya escrito antes.- Y me pasó un grueso manuscrito, pidiéndome que lo leyera pronto para que pudiéramos conversar antes de su retorno al Perú.
Me pasé los días siguientes, y buena parte de las noches, sumergido en las arenas de ese libro monumental. Mi primera impresión fue de espanto: comenzaba José María por advertir al lector, en un diario de vida que no tenía nada de fingido, que recientemente había tratado de suicidarse. Similares revelaciones sobre su crisis, su incapacidad de seguir escribiendo, se reiteraban en el resto de la novela, cuyo núcleo central, sin embargo, estaba constituido por una ardua y alucinada narración sobre Chimbote. Me sentí atraído -no lo pude evitar- más por el dolor lúcido del amigo fidedigno e histórico que por los personajes que deambulaban por un puerto degradado y a la vez mítico, una insaciable ciudad de pescadores en que figuras legendarias se cruzaban con locos y prostitutas y enviados del imperio y migrantes de la sierra. Si entendía demasiado bien lo que pasaba con mi querido José María, sus hombres y mujeres ficticios carecían, en cambio, de la envergadura emocional de sus escritos anteriores y la prosa en que respiraban me pareció desconcertante, opaca, enmarañada. Algo que siempre me había fascinado de Arguedas era su estilo espléndido, fruto, como su vida misma, de su ser mestizo, su existencia precaria a horcajadas entre dos mundos, el blanco y el indio, forjando en el lenguaje mismo un modelo de cómo la cultura autóctona podía revertir el sentido y flujo de la conquista, podía apoderarse de la palabra. En todos sus libros precedentes había construido una sintaxis deslumbrante, tensionada entre la luz y la oscuridad, la alegría y el desconsuelo, permitiendo que sus lectores se asomaran, sin dejar el castellano, al mundo andino prohibido y ultrajado. Leerlo siempre había sido, por lo tanto, una experiencia inolvidable y única. Pero Arguedas, aparentemente, había llegado a la conclusión de que era una experiencia demasiado cómoda, hasta acomodaticia. Porque en la novela de los zorros abandonaba toda pretensión de que se lo entendiera con claridad, entorpecía ese placer transcultural, había decidido salirse de las fronteras habituales de lo reconocible para un lector sumido, como yo, en la tradición occidental y moderna. Era, para ser franco, una novela quechua y, para mi mala fortuna, me sentí extranjero, dislocado, en ese mundo.
Se lo dije. Haberlo callado hubiera sido más piadoso con un hombre que sufría una depresión psicológica tan catastrófica; más piadoso, sí, pero indigno de él y de nuestra relación basada en la lealtad y la transparencia. Le conté, entonces, durante una larga tarde que pasamos, recuerdo, al interior del auto que mi padre me había prestado para que lo visitara, desmenucé lo que me había conmovido en su obra nueva y también lo que estimaba confuso y enrevesado, aquello que necesitaba -sí, eso es lo que le dije yo, a los 27 años de edad, a este magnífico escritor que había hecho cantar a los ríos y era hermano de las montañas- más trabajo, más coherencia, más organicidad narrativa.

Si le dolió mi opinión, fue demasiado gentil para hacérmelo saber. Dijo que tomaría en cuenta esos comentarios, y que le había dado mucho que pensar. Y nos despedimos con el abrazo de siempre, como si nada.
Unas semanas más tarde, un mes más tarde, más tarde, más tarde, demasiado tarde y demasiado temprano, a fines de noviembre de 1969, me llegó la noticia de que se había disparado un tiro en la sien en la Universidad Agraria de Lima. Recordé algo que me había susurrado en alguna lejana madrugada: “Si no puedo escribir, mejor es no estar vivo”. En efecto, había completado su novela con su propia muerte.
No soy tan arrogante como para pensar que si le hubiera alabado, ay, si le hubiera entendido, su texto, podría haber evitado su sacrificio. Pero de todos modos me reproché entonces y me seguí reprochando durante décadas el hecho de que no me rajé el corazón, no abrí los ojos hasta el cielo, no me desgarré el alma, no salté el despeñadero que nos separaba. No supe estar a la altura de su visión y su amistad, no fui capaz de aceptar con humildad el regalo híbrido y ambicioso y trastornante que me estaba ofreciendo a mí y al mundo.
Pero el centenario de su nacimiento no debería ser ocasión únicamente para expiaciones. Debe ser, ante todo, una celebración, el recuerdo de que su obra y su vida se fundaban en una apuesta primordial: que la cultura de los Andes -imbuida de amor a la naturaleza, moral y estéticamente superior a quienes la sojuzgaban- era capaz de salvar a la humanidad contemporánea presa de un progreso avaro e insensato que se erige sobre la explotación de la tierra y de nuestros semejantes, la apuesta todavía vigente de que hay otra humanidad posible.
¿Hay alguien más vivo que Arguedas hoy? ¿Hay alguien más relevante en este tiempo en que la especie se encamina hacia el apocalipsis? ¿Hay alguien que escribió con más lucimiento y grandeza sobre lo que significa vivir y morir y sobrevivir en nuestra encrucijada inacabable?
Tengo una deuda contigo, José María. Lo que he descubierto, ahora que tengo la edad tuya cuando nos dejaste, es que es también una deuda que tenemos todos, he descubierto que nos toca volver a leer los profundos ríos de tu literatura para rescatarte, esta vez sí, de la muerte que dicen que te devoró.

martes, 25 de enero de 2011

El Estado de Palestina



Hay algunos aspectos que vengan de donde vengan merecen ser reconocidos. En este caso el gobierno peruano – retando mi habitual escepticismo – ha reconocido a Palestina como Estado libre y soberano. En anuncio publicado en los medios nacionales el día de ayer 24/01/2011, el canciller peruano José Antonio García Belaunde dio a conocer la decisión que no hace otra cosa que sumarse a este gran concierto latinoamericano del cual fueron pioneros Cuba, Nicaragua, Costa Rica y Venezuela. Posteriormente lo hicieron Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Chile y Guyana. En la actualidad no reconocen al Estado palestino Colombia, Paraguay, Surinam y Uruguay, aunque Uruguay y Surinam han ofrecido anunciar su reconocimiento este año 2011.
Se espera que Paraguay no tarde mucho en hacerlo.

Cabe señalar que, de los países sudamericanos, los únicos que pusieron de manifiesto el reconocimiento dentro de las fronteras de 1967, es decir antes de la ocupación israelí (franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén), fueron Argentina y Brasil.
Más allá del análisis que algunos especialistas hacen respecto a este gesto, porque eso es, un gesto, que tiende a generar respeto por un Estado cuya existencia solamente puede ser negada por puntos de vista necios y obtusos, constituye un primer paso, el siguiente es presionar a los EEUU y a la comunidad internacional – esa es la parte donde se medirá la convicción del gesto - a fin que deje de apoyar las intervenciones militares en contra de la población palestina y esta suerte de oídos sordos a todo reclamo que cuestione la prepotencia israelí.

Palestina, un pueblo milenario que Moisés trató de expulsar tras la huida de Egipto, el Estado de Palestina que hasta ahora sufre el maltrato de algunas víctimas del holocausto que parecen haber olvidado lo que significa el dolor de todo un pueblo y que la impotencia que este produce, mezclada con el fundamentalismo solamente puede conducir a la violencia.
La tarea más difícil recién comienza, Jerusalem ya sangró mucho, es hora que deje de hacerlo y que las religiones cumplan la dulce finalidad de todas ellas: hacer mejores personas.

miércoles, 19 de enero de 2011

La Moneda, Manuel Scorza


"Redoble por Rancas" es uno de los libros que más apasionadamente he leído, esta ambientado en el departamento de Cerro de Pasco (Perú). El 08/07/2010 escribí en este Blog un post acerca de Manuel Scorza, autor del libro y publiqué algunos poemas suyos.
Aquí un fragmento del libro mencionado que revela las diferencias y miedos de todo un pueblo por el sistema, cambiante de forma pero no de fondo, cuya realidad aún se puede observar en algunas localidades andinas.

DONDE EL ZAHORÍ LECTOR OIRÁ HABLAR DE CIERTA CELEBÉRRIMA MONEDA (fragmento de "Redoble por Rancas")
Por la misma esquina de la plaza de Yanahuanca por donde, andando los tiempos, emergería la Guardia de Asalto para fundar el segundo cementerio de Chinche, un húmedo septiembre, el atardecer exhaló un traje negro. El traje, de seis botones, lucía un chaleco surcado por la leontina de oro de un Longines auténtico. Como todos los atardeceres de los últimos treinta años, el traje descendió a la plaza para iniciar los sesenta minutos de su imperturbable paseo.
Hacia las siete de ese friolento crepúsculo, el traje negro se detuvo, consultó el Longines y enfiló hacia un caserón de tres pisos. Mientras el pie izquierdo se demoraba en el aire y el derecho oprimía el segundo de los tres escalones que unen la plaza al sardinel, una moneda de bronce se deslizó del bolsillo izquierdo del pantalón, rodó tintineando y se detuvo en la primera grada. Don Herón de los Ríos, el Alcalde, que hacía rato esperaba lanzar respetuosamente un sombrerazo, gritó: “¡Don Paco, se le ha caído un sol!”
El traje negro no se volvió.
El Alcalde de Yanahuanca, los comerciantes y la chiquillería se aproximaron. Encendida por los finales oros del crepúsculo, la moneda ardía. El Alcalde, oscurecido por una severidad que no pertenecía al anochecer, clavó los ojos en la moneda y levantó el índice: “¡Que nadie la toque!” La noticia se propaló vertiginosamente. Todas las casas de la provincia de Yanahuanca se escalofriaron con la nueva de que el doctor don Francisco Montenegro, Juez de Primera Instancia, había extraviado un sol.
Los amantes del bochinche, los enamorados y los borrachos se desprendieron de las primeras oscuridades para admirarla. “¡Es el sol del doctor!”, susurraban exaltados. Al día siguiente, temprano, los comerciantes de la plaza la desgastaron con temerosas miradas. “¡Es el sol del doctor!”, se conmovían. Gravemente instruidos por el Director de la Escuela —“No vaya a ser que una imprudencia conduzca a vuestros padres a la cárcel”—, los escolares la admiraron al mediodía: la moneda tomaba sol sobre las mismas desteñidas hojas de eucalipto. Hacia las cuatro, un rapaz de ocho años se atrevió a arañarla con un palito: en esa frontera se detuvo el coraje de la provincia.
Nadie volvió a tocarla durante los doce meses siguientes. Sosegada la agitación de las primeras semanas, la provincia se acostumbró a convivir con la moneda. Los comerciantes de la plaza, responsables de primera línea, vigilaban con tentaculares miradas a los curiosos. Precaución inútil: el último lameculos de la provincia sabía que apoderarse de esa moneda, teóricamente equivalente a cinco galletas de soda o a un puñado de duraznos, significaría algo peor que un carcelazo. La moneda llegó a ser una atracción. El pueblo se acostumbró a salir de paseo para mirarla. Los enamorados se citaban alrededor de sus fulguraciones.
El único que no se enteró que en la plaza de Yanahuanca existía una moneda destinada a probar la honradez de la altiva provincia fue el doctor Montenegro.
Todos los crepúsculos cumplía veinte vueltas exactas. Todas las tardes repetía los doscientos cincuenta y seis pasos que constituyen la vuelta del polvoriento rectángulo. A las cuatro, la plaza hierve, a las cinco todavía es un lugar público, pero a las seis es un desierto. Ninguna ley prohíbe pasearse a esa hora, pero sea porque el cansancio acomete a los paseantes, sea porque sus estómagos reclaman la cena, a las seis la plaza se deshabita. El medio cuerpo de un hombre achaparrado, tripudo, de pequeños ojos extraviados en un rostro cetrino, emerge a las cinco, al balcón de un caserón de tres pisos de ventanas siempre veladas por una espesa neblina de visillos. Durante sesenta minutos ese caballero casi desprovisto de labios, contempla, absolutamente inmóvil, el desastre del sol. ¿Qué comarcas recorre su imaginación? ¿Enumera sus propiedades? ¿Recuenta sus rebaños? ¿Prepara pesadas condenas? ¿Visita a sus enemigos? ¡Quién sabe! Cincuenta y nueve minutos después de iniciada su entrevista solar, el Magistrado autoriza a su ojo derecho a consultar el Longines, baja la escalera, cruza el portón azul y gravemente enfila hacia la plaza. Ya está deshabitada. Hasta los perros saben que de seis a siete no se ladra allí.
Noventa y siete días después del anochecer en que rodó la moneda del doctor, la cantina de don Glicerio Cisneros vomitó un racimo de borrachos. Mal aconsejado por un aguardiente de culebra, Encarnación López se había propuesto apoderarse de aquel mitológico sol. Se tambalearon hacia la plaza. Eran las diez de la noche. Mascullando obscenidades, Encarnación iluminó el sol con su linterna de pilas. Los ebrios seguían sus movimientos imantados. Encarnación recogió la moneda, la calentó en la palma de la mano, se la metió en el bolsillo y se difuminó bajo la luna.
Pasada la resaca, por los labios de yeso de su mujer, Encarnación conoció al día siguiente el bárbaro tamaño de su coraje. Entre puertas que se cerraban presurosas se trastabilló hacia la plaza lívido como la cera de cincuenta centavos que su mujer encendía ante el Señor de los Milagros. Sólo cuando descubrió que él mismo, sonámbulo, había depositado la moneda en el primer escalón, recuperó el color.
El invierno, las pesadas lluvias, la primavera, el desgarrado otoño y de nuevo la estación de las heladas circunvalaron la moneda. Y se dio el caso de que una provincia cuya desaforada profesión era el abigeato, se laqueó de una imprevista honradez. Todos sabían que en la plaza de Yanahuanca existía una moneda idéntica a cualquier otra circulante, un sol que en el anverso mostraba el árbol de la quina, la llama y el cuerno de la abundancia del escudo de la República y en el reverso exhibía la caución moral del Banco de Reserva del Perú. Pero nadie se atrevía a tocarla. El repentino florecimiento de las buenas costumbres inflamó el orgullo de los viejos. Todas las tardes auscultaban a los niños que volvían de la escuela. “¡Y la moneda del doctor?” “¡Sigue en su sitio!” “Nadie la ha tocado.” “Tres arrieros de Pillao la estuvieron admirando.” Los ancianos levantaban el índice; con una mezcla de severidad y orgullo: “¡Así debe ser; la gente honrada no necesita candados!”
A pie, o a caballo, la celebridad de la moneda recorrió caseríos desparramados en diez leguas. Temerosos que una imprudencia provocara en los pueblos pestes peores que el mal de ojo, los teniente-gobernadores advirtieron, de casa en casa, que en la Plaza de Armas de Yanahuanca envejecía una moneda intocable. ¡No fuera que algún comemierda bajara a la provincia a comprar fósforos y “descubriera” el sol! La fiesta de Santa Rosa, el aniversario de la Batalla de Ayacucho, el Día de los Difuntos, la Santa Navidad, la Misa de Gallo, el Día de los Inocentes, el Año Nuevo, la Pascua de Reyes, los Carnavales, el Miércoles de Ceniza, la Semana Santa y, de nuevo, el aniversario de la Independencia Nacional sobrevolaron la moneda. Nadie la tocó. No bien llegaban los forasteros, la chiquillería los enloquecía: “¡Cuidado, señores, con la moneda del doctor!” Los fuereños sonreían burlones, pero la borrascosa cara de los comerciantes los enfriaba. Pero un agente viajero, engreído con la representación de una casa mayorista de Huancayo (dicho sea de paso: jamás volvió a recibir una orden de compra en Yanahuanca) preguntó con una sonrisita: “¿Cómo sigue de salud la moneda?” Consagración Mejorada le contestó: “Si usted no vive aquí, mejor que no abra la boca.” “Yo vivo en cualquier parte”, contestó el bellaco, avanzando. Consagración —que en el nombre llevaba el destino— le trancó la calle con sus dos metros: “Atrévase a tocarla”, tronó. El de la sonrisita se congeló. Consagración, que en el fondo era un cordero, se retiró confuso. En la esquina lo felicitó el Alcalde: “¡Así hay que ser: derecho!” Esa misma noche, en todos los fogones, se supo que Consagración, cuya única hazaña conocida era beberse sin parar una botella de aguardiente, había salvado al pueblo. En esa esquina lo parió la suerte. Porque no bien amaneció los comerciantes de la Plaza de Armas, orgullosos de que un yanahuanquino le hubiera parado el macho a un badulaque huancaíno, lo contrataron para descargar, por cien soles mensuales, las mercaderías.

La víspera de la fiesta de Santa Rosa, patrona de la Policía, descubridora de misterios, casi a la misma hora en que un año antes la extraviara, los ojos de ratón del doctor Montenegro sorprendieron una moneda. El traje negro se detuvo delante del celebérrimo escalón. Un murmullo escalofrió la plaza. El traje negro recogió el sol y se alejó. Contento de su buena suerte, esa noche reveló en el club: “¡Señores, me he encontrado un sol en la plaza!”
La provincia suspiró.

viernes, 14 de enero de 2011

Poema optimista

Letras para una NO canción:

Cuando tengas ganas de verme
Te estaré esperando... le dijo.
Ella esperó con la paciencia,
de las abejas

Cubierta de miel y por las mañanas,
de rocío.
La noche lo tapó todo
con su blanca mano,
de olvido

Escribo en la almohada:
Aún
te estoy esperando
junto al pabellón
azucarado,
de tu oreja.

Despierta
corazón...
hay que soñar


lunes, 10 de enero de 2011

Y nos siguen dejando, murió María Elena Walsh.


Triste noticia la que vi ahora en los noticieros que se encuentran ocupados con la recaptura de Jose Enrique Crousillat, la candidatura de Mercedes Aráoz y su enfrentamiento a un sector de la militancia aprista que promueve la candidatura legislativa de Jorge Del Castillo.
Hoy murió María Elena Walsh, que con sus canciones para niños y para no tan niños, con sus libros de poesía y narrativa para niños y no tan niños, hizo de este mundo un lugar mejor para vivir.
Obtuvo su diploma de prohibida el año 1972 por la canción “La Cigarra”, la dictadura nunca habría de perdonarle la esperanza

La Cigarra
Tantas veces me mataron, tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí resucitando
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
porque me mató tan mal y seguí cantando

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra

Tantas veces me borraron, tantas desaparecí
a mi propio entierro fui sola y llorando
Hice un nudo en el pañuelo pero me olvidé después
que no era la única vez y seguí cantando

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra

Tantas veces te mataron, tantas resucitarás
cuántas noches pasarás desesperando
Y a la hora del naufragio y la de la oscuridad
alguien te rescatará para ir cantando

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra
Quizá no fue muy conocida en el Perú, pero en otros lugares si, especialmente en su natal Argentina y en Uruguay. Ahora hay un luto en este viejo corazón por su partida.
Aquí una entrevista concedida a Ezequiel Martínez del diario Clarín de Buenos Aires, el año 2004… para que (los que no conocen nada de ella) la conozcan un poquito.

"La vida es muy triste sin diccionarios"

De vuelta de todo, María Elena Walsh se muestra moderadamente polémica y cuestionadora. Un repaso de las cosas que la aburren (el periodismo revisionista, por ejemplo) y de las que le interesan (los best sellers). Y una encendida defensa del lenguaje y de la educación.
Rara, ¿como encendida? Hace rato que María Elena Walsh mantiene a fuego moderado la fogata con que avivó textos como Desventuras en el País-Jardín de Infantes (1979) o La pena de muerte (1991), que ya son un hito en la historia del periodismo argentino y que en su momento pusieron al derecho este reino del revés con el que convivimos los argentinos. ¿La procesión va por dentro? Algo de eso hay, sugerirá ella más tarde. Ahora, y desde que en 1997 publicó Manuelita ¿dónde vas? para volver a jugar con las palabras, a despertar la imaginación y a desperezar el disparate a través del género infantil —que Walsh revolucionó como pocos en la literatura argentina—, se dedica sólo a escribir para los chicos.

Rara, tal vez. Ya no quiere dar entrevistas, ni siquiera para promocionar su nuevo libro, ¡Cuánto Cuento!, que incluye una antología de narraciones infantiles más dos historias inéditas. A este volumen, la editorial Alfaguara sumará la reedición de su novela Novios de antaño, otra antología de Poemas y canciones para adultos, y el libro Viajes y homenajes, que reúne muchos de sus textos periodísticos incluidos en Desventuras en el País-Jardín de Infantes y Diario Brujo, pero que excluye todos aquellos que rozan hechos sociales o políticos.

Encendida, siempre, pero con ese fuego que regula a su antojo, arrojando chispas de su carácter irónico, rebelde, implacable, genuino, todo muy armoniosamente y en su justa medida. Terca, obstinada, risueña, juguetona: así recibió a Ñ en su departamento de Palermo, rodeada de bibliotecas, fotografías, recuerdos, libros y lapiceras, un universo que encaja sin desteñir con esta mujer de setenta y tantos que escribe para chicos pero supo despabilar la conciencia de los grandes, que ignora a Harry Potter y se saca el sombrero ante Piñón Fijo, que se desvive por las telenovelas mientras sigue de cerca la narrativa argentina de última generación. Que se entusiasma sólo con lo que se quiere entusiasmar, y al resto punto y aparte.

¿Le costó armar esta nueva antología de sus cuentos infantiles? Usted ha escrito muchísimo dentro de ese género.

No, lo difícil en cualquier tipo de antología es lograr un buen conjunto que no desentone. Eso lo aprendí en el escenario haciendo algo que se llama rutina. Cuando yo cantaba —en esos lejanos tiempos en que cantaba mis canciones, ahora ya las cantan otros— tenía que estudiar muy bien el orden, porque sino una canción anulaba a la otra. Ahí el orden de los factores altera el producto, y lo mismo se da en una antología, así que con mi editora la armamos a medias: intercambiamos ideas, me bochaban algunas cosas porque eran muy largas, otras porque eran muy cortas... ¡Al final ni sé que quedó! Pero en algo les gané: hace años que les digo "Vamos a hacer una antología de cuentos", y no les entraba en la cabeza.

¿Por qué?

Sería porque eran épocas de crisis. No sé, creo que no veían mucho la idea. Pero ahora transaron.

¿Y usted por qué tenía ganas de hacer una antología de cuentos infantiles?

Porque creo que una antología de cuentos es un libro especial; la novela o la narración larga exige más, el cuento tiene más facilidades para que los chicos transiten por la lectura. Pero la verdad es que es un capricho que tenía. Me parecía que había que hacerla.

Todo se resume a eso.

Y sí, qué querés, tenía el berretín. Entonces, ahí está.

En este libro incluye dos cuentos inéditos. ¿Tienen alguna temática en particular? Por ejemplo "Hotel Piojo's Palace", su última novela infantil, está centrada en el tema de la discriminación.

Sí, ahí había varios temas, pero es una novela. Entre estos dos nuevos cuentos hay uno que también puede ser contra la discriminación, pero eso es involuntario. Me salió así. Es una discriminación al revés: como a veces los petisos son mal vistos, en este cuento es mal visto un tipo alto en un pueblo de petisos; pero es una tontería, una anécdota. No es que pienso o me planteo abordar determinado tema, me salen solos. El otro cuento inédito es más. mágico, digamos.

¿Y el resto de los cuentos?

Los sacamos de distintos libros, de Diablo inglés, de Manuelita ¿dónde vas?, de Dailan Kifki. Son una serie de cuentos que, la verdad, fueron elegidos más por razones de extensión que por otra cosa, porque alguno que a mí me gustaba era muy largo, u otro se iba un poco de las características del conjunto, por más que el libro no fue pensado para una determinada edad. Te diría que fueron elegidos por una serie de razones... caprichosas.

Alguna vez dijo que escribir para los niños significa reconstruir. ¿Qué es lo que hay que reconstruir?

En estos momentos, ¡el lenguaje! ¡Nuestra querida lengua, que va desapareciendo en la miseria más espantosa! Hay que reconstruir un lenguaje prolijo, lo más estético posible. Y reconstruir también, en lo posible y por el interés que despierte, la atención del chico, que está muy dispersa. Lo ha estado siempre, pero ahora un poco más.

¿Siente que el lenguaje está más acotado, más bastardeado?

Lo veo pobre, muy pobre. Es tan sencillo ubicar qué es la pobreza humana, y estamos utilizando cien términos de un vocabulario y de un idioma muy rico, que está muy empobrecido por una serie de razones que yo no puedo establecer exactamente; son muchas.

¿La televisión, por ejemplo?

No, porque la televisión habla, puede tener letra mala o letra buena, pero la televisión se expresa. Pero el adolescente no se expresa, no puede, no tiene palabras. A esa pobreza me refiero. Es como el tipo que no come y no puede utilizar la cabeza porque le falta alimento, bueno, a este adolescente también le falta alimento. No sé a qué se debe, quizás al deterioro de la escuela primaria.

¿Y esa misma pobreza la ve en la literatura?

No, en la literatura muchos escritores deciden escribir más sencillamente, tal vez imitando la pobreza de los chicos, cosa que a mí no me gusta, no me interesa, pero respeto que alguien lo quiera hacer. Pero creo que todos estamos con la preocupación de mejorar la lengua.

¿Esa crisis en el lenguaje conlleva también una crisis en la lectura?

Bueno, al leer menos, eso también influye. Uno adquirió su lenguaje en la escuela y en la lectura. Pero no sé si los chicos leen menos, yo tengo nueve libro reimpresos míos en este mes, y se reimprimen constantemente; hablo de los míos, pero también hay muchos ajenos. Pero la lectura sin atención, sin ayuda del grande, para interpretar, para seguir un poco más allá, eso sí puede ser un factor importan.

Sin embargo, hay fenómenos que acercaron a los jóvenes a la lectura, como el de Harry Potter.

¿De qué?

Harry Potter.

¿Qué es eso? ¿Algo que ver con el Señor de los Anillos?

No, pero son unas historias que se leen mucho.

¿Ah sí? Y yo sin saberlo, qué le vas a hacer. Es que estuve unos días en Mar del Plata y por ahí me lo perdí y ni me enteré. Un día vamos a tomar un café y me lo contás.


Juguemos en el mundo

María Elena no se calla ni cuando calla. Sus silencios son también una forma de decir cosas. Rebelde con causa y por naturaleza, siempre le escapó a las convenciones. Ese carácter fue el que allá por los 6o la llevó a remar contra la corriente oficial a la hora de dirigirse a los chicos: nada de letras y oraciones armadas con prolijidad donde todo estaba en su lugar. Si un manual escolar decía, por ejemplo, "Juancito y Pepita se levantan a las siete de la mañana para ir al colegio", ella prefería fórmulas como "¿A ver qué hora es? Son las miércoles y ventincinco menos diez centavos". En la introducción de su libro Chaucha y Palito escribió: "Hay palabras misteriosas, también otras que no quieren decir nada, como los dibujos en las alas de las mariposas. Se volaron, sencilllamente. O todavía no se posaron en las enciclopedias". Hay estaba su secreto: sus cuentos y canciones le escapaban al realismo, al orden y a la justa medida, para zambullirse en la fantasía, el descubrimiento, la imaginación.

¿En su libro "Diario Brujo" hay un texto donde habla de los prejuicios de ciertos escritores por la literatura infantil, que la juzgan como un género menor. Usted comenzó siendo reconocida como poeta y después...

(Interrumpe)Uy, sí, muy seria. Pero si a mí me hubiese preocupado la opinión, la carrera, el prestigio, hubiera llevado una vida muy desgraciada. He pasado con una especie de inconsciencia por la vida sin darme cuenta hasta dónde se me podía denigrar. Pero ya la primera experiencia la había tenido por ponerme a cantar folklore, ahí ya perdí totalmente la seriedad, imagináte, ahí ya estaba jugada. Pero yo creo que hay muchos escritores que escriben algo para chicos alguna vez ¡Hasta Madonna escribe para chicos, fijáte! En ese texto de Diario brujo yo recojo anécdotas de escritores como Borges o Doris Lessing, donde no digo que desprecien el género, sino que los pone muy nerviosos. Quizá porque lo consideren un descenso a la B, no sé.

Hay otros fenómenos más autóctonos que el de Harry Potter, que también tienen un éxito masivo, como Piñón Fijo. ¿Qué opina de ellos?

No es lo mismo Piñón Fijo que otros. Siempre hay programas y productos específicamente televisivos para los chicos, que son vistosos, en colores, que van todos los días, pero Piñón Fijo tiene un todo docente, cuida mucho la lengua, enseña la hora, eso es docencia. Otros casos no, aunque siempre surgen fenómenos, normalmente con una chica modelo que hace monerías con los chicos. Pero eso a Piñón Fijo lo pongo aparte.

Supongo que sigue siendo adicta a los diccionarios. Esa es una costumbre que los chicos están perdiendo ¿No?

Perdón, eso es culpa de la escuela. El otro día leí que hay una serie de cosas que han sido radicadas de la escuela primaria hace mucho tiempo. Ir al diccionario, leer en voz alta, memorizar una serie de cosas que me parecen todas muy útiles.¿Cómo sabe la gente cuántos días tiene un mes sin saber el versito "Treinta días trae noviembre"? ¿Sino memorizaste eso, cómo hacés? La lectura en voz alta te obligaba a pronunciar bien para ser entendido. Y también se perdió el diccionario. Una vez hice un viaje en un remisse, y el remisero me dijo: "¡Mire, qué suerte que la llevo porque hace veinte años que le quiero hacer una pregunta! ¿Qué quiere decir malaquita?". En cualquier diccionario lo podía encontrar, pero veinte años le llevó sacarse la duda.¡Pobre hombre! Es muy triste la vida sin diccionarios.

¿Trata de mantenerse al corriente de la nueva narrativa?

Sí, hay muchas cosas que leí últimamente que me gustaron. Leí una novela extraordinaria de Alan Pauls, El pasado. Que existan novelas así me da una gran alegría. También me gustó mucho un libro de crónicas de Martín Caparrós, y uno de cuentos de Hebe Uhart, que me pareció de una enorme calidad. Trato de enterarme de lo que sale, y trato de leer lo que pueda que me despierte curiosidad. Me da curiosidad la narrativa, porque veo mucha historia reescrita y mucho periodismo escrito, que no me interesa como lectura. Toda esa cosa de cómo somos, y por qué somos, y de dónde venimos me tienen harta.

¿Y vuelve a los clásicos?

Alterno, pero releo mucho, sí. Hay libros que uno recuerda que fueron importantes y se vuelve a ellos. Otros se me caen de las manos, me aburren. Todos esos bocadillos cultos me aburren.

¿Y de los bestsellers qué opina? ¿son una mala palabra?

No, momentito. Mucho respeto por el bestseller. Algunos me parecen deplorables pero otros tienen merecido tener lectores: una señora como Agatha Christie, o un señor como John Grisahm que cuenta todas las cochinadas de los abogados.

El caso de Grisham, por ejemplo, es emblemático: logró una fórmula de éxito y empezó a repetirla incesantemente.

Y sí, ¿y qué? Creo que en gran parte de la crítica al best seller hay una envidia lógica; quién no querría no sólo vender millones, sino vivir de lo que escribe. Yo no le escapo a los best sellers; leí El código Da Vinci también, y al principio me atrapó bastante con toda esa cosa histórica que tiene, aunque por la mitad ya me empezó a aburrir. Otro ejemplo: la truculencia de este señor Stephen King a mí no me gusta, pero sus escenas y su definición de personajes son de un escritor. Pero claro, su éxito se debe a esas truculencias, a esos huesos que caminan.

El año pasado se armó una gran polémica cuando le otrogaron el National Book Award. El crítico Harold Bloom dijo que era una decisión nefasta.

Y bueno, que se peleen. Es buenísimo que haya peleas de ésas, ¿no?


"Me quedé sin palabras"

Es raro también —quizá lo más raro de todo—, no escuchar a María Elena opinando sin pelos en la lengua de los piqueteros o sobre la inseguridad, levantando polvaredas que poco tienen que ver con la Vaca estudiosa, la Mona Jacinta, la Reina Batata o el Brujito de Gulubú. Como cuando declaró que era preferible la corrupción menemista a la ineficacia radical, o la vez que escribió que ya era hora de que los maestros levantaran la carpa blanca frente al Congreso. Con todo y a pesar de todo, el afecto que le dispensa la gente permanece intacto e inalterable, como si además de los poemas y canciones le agradecieran su voluntad de decir en voz alta lo que muchos piensan y todos callan.

En 1997, con "Manuelita ¿dónde vas?", usted retomó la literatura para chicos, que tenía medio abandonada. Desde entonces, excepto algún esporádico texto periodístico, no publicó más que narrativa infantil, ¿por qué?

Es que no es voluntario, no es que me fije metas. Posiblemente el estado de ánimo me lleve a escribir eso y no otra cosa. Apareció la necesidad de escribirles a los chicos, esa necesidad de mucho juego, de mucha fantasía otra vez, y me siento muy cómoda ahí.

En "Viajes y homenajes", otro de los libros suyos que se reeditan, hay una selección de textos periodísticos que habían sido publicados en "Desventuras." y "Diario Brujo", donde se excluyen aquellos que tienen que ver con temas coyunturales.

Sí, ahí reciclamos algunas cosas, hicimos una selección de notas de viajes y homenajes, celebrando a gente o hechos de la cultura, y suprimimos prácticamente todo lo coyuntural, político, etc. Lo único que quedó ahí es Desventuras... porque es una nota que también es de defensa de la cultura.

¿Por qué dejó de lado lo demás?

Porque no tenía muchas ganas. Esta es una colección de reediciones más universal, y aquellas notas mías coyunturales eran muy locales; están bien en los libros donde estuvieron en su momento. Entonces empezamos a suprimir y a cortar sin asco, y quedó un libro de otras características, con notas culturales, y así me gusta más.

Muchos de esos textos "coyunturales" ya forman parte de la historia del periodismo, como su artículo "La carpa blanca debe tomarse vacaciones". A veces se extrañan esos artículos suyos que solían causar bastante alboroto.

Sí, mis amigos también me dicen: "¿Cuando armás algún revuelo?". Pero aclaremos que yo nunca me propuse armar revuelo, el revuelo se armó solo. Y ya, en un momento dado, me gustó más el silencio que la opinión.

¿Por qué?

Porque. me quedé sin palabras. Desde hace un tiempo no he tenido ni tengo ganas de tratar ningún tema de ésos. Que alguien tome la posta.

¿Bajó la persiana?

No, no. Pero hasta hoy, hasta este instante, no tengo ganas. Después se verá, pero por ahora no entro en ese minué.

¿Todavía se desayuna con la lectura de los diarios?

Sí, con los chistes, con el horóscopo, y nada más.

¿Nada más?

Mirá: cuando tenga ganas de escribir sobre las noticias que leo. ¡sabés cómo voy a recomenzar! ¡Ahí le voy a dar con todo!

Dice María Elena, más encendida que rara.

jueves, 6 de enero de 2011

Tres poemas de Antonio Cisneros para empezar el 2011


Nada como unos poemas del buena amigo Antonio Cisneros para comenzar el año en versos....

DOMINGO EN SANTA CRISTINA DE BUDAPEST Y FRUTERIA AL LADO
Llueve entre los duraznos y las peras,
las cáscaras brillantes bajo el río
como cascos romanos en sus jabas.
Llueve entre el ronquido de todas las resacas
y las grúas de hierro. El sacerdote
lleva el verde de Adviento y un micrófono.
Ignoro su lenguaje como ignoro
el siglo en que fundaron este templo.
Pero sé que el Señor está en su boca:
para mí las vihuelas, el más gordo becerro,
la túnica más rica, las sandalias,
porque estuve perdido
más que un grano de arena en Punta Negra,
más que el agua de lluvia entre las aguas
del Danubio revuelto.
Porque fui muerto y soy resucitado.
Llueve entre los duraznos y las peras,
frutas de estación cuyos nombres ignoro, pero sé
de su gusto y su aroma, su color
que cambia con los tiempos.
Ignoro las costumbres y el rostro del frutero
-su nombre es un cartel-
pero sé que estas fiestas y la cebada res
lo esperan al final del laberinto
como a todas las aves
cansadas de remar contra los vientos.
Porque fui muerto y soy resucitado,
Loado sea el nombre del Señor,
Sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena.

NATURALEZA MUERTA EN INNSBRUCKER STRASSE
Ellos son (por excelencia) treintones y con fe en el futuro.
Mucha fe.
Al menos se deduce por sus compras
(a crédito y costosas).
Casaca de gamuza (natural),
Mercedes deportivo color de oro.
Para colmo (de mis males) se les ha dado además por ser eternos.
Corren todas las mañanas (bajo los tilos)
por la pista del parque y toman cosas sanas.
Es decir, legumbres crudas y sin sal,
arroz con cascarilla, agua minerales.
Cuando han consumido todo el oxigeno del barrio
(el suyo y el mío)
pasan por mi puerta (bellos y bronceados).
Me miran (si me ven)
como a un muerto
con el último cigarro entre los labios.

TERCER MOVIMIENTO (affettuoso) CONTRA LA FLOR DE LA CANELA
Para hacer el amor
debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha,
tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra
para hacer el amor.
Los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos
pero la arena gruesa es mejor todavía.
Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca de las aguas,
Poco reino es la cama para este buen amor.
Limpios los cuerpos han de ser como una gran pradera:
que ningún valle o monte quede oculto y los amantes
podrán holgarse en todos sus caminos.
La oscuridad no guarda el buen amor.
El cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo
y entonces
la muchacha no verá el dedo de Dios.
Los cuerpos discretos pero nunca en reposo,
los pulmones abiertos,
las frases cortas.
Es difícil hacer el amor pero se aprende.