jueves, 24 de febrero de 2011

El Banquete


Uno de los escritores más representativos del Perú es Julio Ramón Ribeyro, digo “es” aunque nos haya dejado todavía en 1994, por que como afirma Facundo Cabral “hay que tener cuidado con los genios porque a veces se hacen los muertos” y la permanente vigencia de su obra lo hace cada vez más presente.
Recuerdo que de niño leí “La Palabra del Mudo”, un libro de cuentos que en la mayoría de sus pasajes me resultó angustiante. La pobreza que se transforma en miseria que fabrica miserables de “Los Gallinazos sin Plumas” me resultaba un cuento aterrador no solo por mi infantil capacidad de imaginar cada uno de los detalles, sino porque esa historia - así como muchas otras - nosotros los peruanos sabemos que no se tratan de un "cuento" de excesos literarios, sino de una realidad que conocemos, palpamos y hasta (lastimosamente) hemos aprendido a evitar mirando para otro lado.
En “La Palabra del Mudo” se encuentra el cuento que comparto con ustedes (espero que Jaime Campodónico no se moleste por la reproducción). Se trata de “El Banquete”, y con el fino humor negro que caracteriza a Ribeyro, éste relata el caso de don Fernando Pasamano, personaje originario de la sierra (como nosotros) que acepta (don Fernando) como un hecho inmodificable que el clientelismo político o las influencias son la clave para el éxito, más aún en un país donde los amigos (y los amigos de los amigos) del presidente de turno, siempre merecen más que el resto de ciudadanos, de allí que decide gastar en pos de su ambición lo que tiene y lo que no para escalar económica y socialmente. Craso error en una época tan difícil y cuando había (¿o hay?) siempre un general acechando a la vuelta de la esquina…
Buen provecho !!!
El Banquete
Julio Ramón Ribeyro
Con dos meses de anticipación, don Fernando Pasamano había preparado los pormenores de este magno suceso. En primer término, su residencia hubo de sufrir una transformación general. Como se trataba de un caserón antiguo, fue necesario echar abajo algunos muros, agranda las ventanas, cambiar la madera de los pisos y pintar de nuevo todas las paredes.
Esta reforma trajo consigo otras y (como esas personas que cuando se compran un par de zapatos juzgan que es necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva y luego con un terno nuevo y así sucesivamente hasta llegar al calzoncillo nuevo) don Fernando se vio obligado a renovar todo el mobiliario, desde las consolas del salón hasta el último banco de la repostería. Luego vinieron las alfombras, las lámparas, las cortinas y los cuadros para cubrir esas paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Finalmente, como dentro del programa estaba previsto un concierto en el jardín, fue necesario construir un jardín. En quince días, una cuadrilla de jardineros japoneses edificaron, en lo que antes era una especie de huerta salvaje, un maravilloso jardín rococó donde había cipreses tallados, caminitos sin salida, laguna de peces rojos, una gruta para las divinidades y un puente rústico de madera, que cruzaba sobre un torrente imaginario.
Lo más grande, sin embargo, fue la confección del menú. Don Fernando y su mujer, como la mayoría de la gente proveniente del interior, sólo habían asistido en su vida a comilonas provinciales en las cuales se mezcla la chicha con el whisky y se termina devorando los cuyes con la mano. Por esta razón sus ideas acerca de lo que debía servirse en un banquete al presidente, eran confusas. La parentela, convocada a un consejo especial, no hizo sino aumentar el desconcierto. Al fin, don Fernando decidió hacer una encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así pudo enterarse que existían manjares presidenciales y vinos preciosos que fue necesario encargar por avión a las viñas del mediodía.
Cuando todos estos detalles quedaron ultimados, don Fernando constató con cierta angustia que en ese banquete, el cual asistirían ciento cincuenta personas, cuarenta mozos de servicio, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador de cine, había invertido toda su fortuna. Pero, al fin de cuentas, todo dispendio le parecía pequeño para los enormes beneficios que obtendría de esta recepción.
- Con una embajada en Europa y un ferrocarril a mis tierras de la montaña rehacemos nuestra fortuna en menos de lo que canta un gallo (decía a su mujer). Yo no pido más. Soy un hombre modesto.
- Falta saber si el presidente vendrá (replicaba su mujer).
En efecto, había omitido hasta el momento hacer efectiva su invitación.
Le bastaba saber que era pariente del presidente (con uno de esos parentescos serranos tan vagos como indemostrables y que, por lo general, nunca se esclarecen por el temor de encontrar adulterino) para estar plenamente seguro que aceptaría. Sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su primera visita a palacio para conducir al presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto.
- Encantado (le contestó el presidente). Me parece una magnífica idea.
Pero por el momento me encuentro muy ocupado. Le confirmaré por escrito mi aceptación.
Don Fernando se puso a esperar la confirmación. Para combatir su impaciencia, ordenó algunas reformas complementarias que le dieron a su mansión un aspecto de un palacio afectado para alguna solemne mascarada. Su última idea fue ordenar la ejecución de un retrato del presidente (que un pintor copió de una fotografía) y que él hizo colocar en la parte más visible de su salón.
Al cabo de cuatro semanas, la confirmación llegó. Don Fernando, quien empezaba a inquietarse por la tardanza, tuvo la más grande alegría de su vida.
Aquel fue un día de fiesta, salió con su mujer al balcón para contemplar su jardín iluminado y cerrar con un sueño bucólico esa memorable jornada. El paisaje, sin embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensibles pues donde quería que pusiera los ojos, don Fernando se veía así mismo, se veía en chaqué, en tarro, fumando puros, con una decoración de fondo donde (como en ciertos afiches turísticos) se confundían los monumentos de las cuatro ciudades más importantes de Europa. Más lejos, en un ángulo de su quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con sus vagones cargados de oro. Y por todo sitio, movediza y transparente como una alegoría de la sensualidad, veía una figura femenina que tenía las piernas de un cocote, el sombrero de una marquesa, los ojos de una tahitiana y absolutamente nada de su mujer.
El día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. Desde las cinco de la tarde estaban apostados en la esquina, esforzándose por guardar un incógnito que traicionaban sus sombreros, sus modales exageradamente distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos.
Luego fueron llegando los automóviles. De su interior descendían ministros, parlamentarios, diplomáticos, hombre de negocios, hombre inteligentes. Un portero les abría la verja, un ujier los anunciaba, un valet recibía sus prendas y don Fernando, en medio del vestíbulo, les estrechaba la mano, murmurando frases corteses y conmovidas.
Cuando todos los burgueses del vecindario se habían arremolinado delante de la mansión y la gente de los conventillos se hacía una fiesta de fasto tan inesperado, llegó el presidente. Escoltado por sus edecanes, penetró en la casa y don Fernando, olvidándose de las reglas de la etiqueta, movido por un impulso de compadre, se le echó en los brazos con tanta simpatía que le dañó una de sus charreteras.
Repartidos por los salones, los pasillos, la terraza y el jardín, los invitados se bebieron discretamente, entre chistes y epigramas, los cuarenta cajones de whisky. Luego se acomodaron en las mesas que les estaban reservadas (lo más grande, decorada con orquídeas, fue ocupada por el presidente y los hombres ejemplares) y se comenzó a comer y a charlar ruidosamente mientras la orquesta, en un ángulo del salón, trataba de imponer inútilmente un aire vienés.

A mitad del banquete, cuando los vinos blancos del Rhin habían sido honrados y los tintos del Mediterráneo comenzaban a llenar las copas, se inició la ronda de discursos. La llegada del faisán los interrumpió y solo al final, servido el champán, regresó la elocuencia y los panegíricos se prolongaron hasta el café, para ahogarse definitivamente en las copas del coñac.
Don Fernando, mientras tanto, veía con inquietud que el banquete, pleno de salud ya, seguía sus propias leyes, sin que él hubiera tenido ocasión de hacerle al presidente sus confidencias. A pesar de haberse sentado, contra las reglas del protocolo, a la izquierda del agasajado, no encontraba el instante propicio para hacer una aparte. Para colmo, terminado el servicio, los comensales se levantaron para formar grupos amodorrados y digestónicos y él, en su papel de anfitrión, se vio obligado a correr de grupos en grupo para reanimarlos con copas de mentas, palmaditas, puros y paradojas.
Al fin, cerca de medianoche, cuando ya el ministro de gobierno, ebrio, se había visto forzado a una aparatosa retirada, don Fernando logró conducir al presidente a la salita de música y allí, sentados en uno de esos canapés, que en la corte de Versalles servían para declararse a una princesa o para desbaratar una coalición, le deslizó al oído su modesta.
- Pero no faltaba más (replicó el presidente). Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana, en Consejo de Ministros, propondré su nombramiento, es decir, lo impondré. Y en lo que se refiere al ferrocarril sé que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Pasado mañana citaré a mi despacho a todos sus miembros y a usted también, para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga.
Una hora después el presidente se retiraba, luego de haber reiterado sus promesas. Lo siguieron sus ministros, el congreso, etc., en el orden preestablecido por los usos y costumbres. A las dos de la mañana quedaban todavía merodeando por el bar algunos cortesanos que no ostentaban ningún título y que esperaban aún el descorchamiento de alguna botella o la ocasión de llevarse a hurtadillas un cenicero de plata. Solamente a las tres de la mañana quedaron solos don Fernando y su mujer. Cambiando impresiones, haciendo auspiciosos proyectos, permanecieron hasta el alba entre los despojos de su inmenso festín. Por último se fueron a dormir con el convencimiento de que nunca caballero limeño había tirado con más gloria su casa por la ventana ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad.
A las doce del día, don Fernando fue despertado por los gritos de su mujer. Al abrir los ojos le vio penetrar en el dormitorio con un periódico abierto entre las manos. Arrebatándoselo, leyó los titulares y, sin proferir una exclamación, se desvaneció sobre la cama. En la madrugada, aprovechándose de la recepción, un ministro había dado un golpe de estado y el presidente había sido obligado a dimitir.

jueves, 17 de febrero de 2011

Aquí no vive nadie (seis poemas de Carlos Castro Saavedra)


Los (las) amigos (as) que gentilmente siguen este modesto Blog, saben – por lo hasta ahora publicado – que tengo una preferencia por la poesía escrita en el Perú. Sin embargo ahora les alcanzo seis entrañables poemas de un poeta colombiano: Carlos Castro Saavedra (Medellín 10/08/1924 – 03/04/1989).
Confieso que admiro y sobre todo respeto mucho a la gente de lee poesía (a veces más que a la gente que la escribe), creo que en tiempos como los que corren, donde la imagen lo es todo y esta loca obsesión por acumular objetos y cuentas bancarias, donde el cálculo material opaca la lógica de la ternura, es necesario poner una pausa que nos permita cerrar los ojos e imaginar un mundo mejor, más solidario, más justo y más respetuoso de todos sus habitantes y todo basado en la sensibilidad que suelen proporcionar los versos. Sin perjuicio de todo lo que podamos hacer por cambiar nuestra aldea.

LOS ATAUDES ENAMORADOS
Nuestras tumbas, mujer, se darán besos,
nuestros cajones besos y mordiscos,
y no serán sudarios los nuestros sino sábanas
para engendrar trigales
y construir el pecho de los cedros.

Nos volverán a ver sobre la tierra,
a ti llena de polen y de pétalos,
cubierta de azaleas y azahares,
y a mí con un pedazo de primavera roja
entre la boca de madera.

Sobre la tierra, amada, sobre el campo,
tú con trenzas de musgo,
con un manto de plumas y de orquídeas,
y yo con un relámpago extendido en mis ramas
como una fruta elástica y madura.

La muerte será apenas un fecundo reposo,
un sueño recorrido por gusanos labriegos,
otra luna de miel entre raíces,
otro rodar los dos dulces y mudos,
por un salón de terciopelo verde.

Que no pongan el nombre tuyo sobre la bóveda,
ni el mío sobre el hueco que se trague mis tigres,
sino que nos abonen y nos rieguen,
pues esto es suficiente, compañera,
para tu corazón y mi semilla.

CALLÉMONOS UN RATO
Hemos hablado mucho, compatriotas,
¿porqué no nos callamos
para que la palabra se maduren
en medio del silencio
y se vuelvan arroz,
cajas de pino, escobas,
duraznos y manteles?

Hacemos mucho ruido
y repetimos la palabra muerte
hasta que la matamos.
Decimos mucho corazón
y gastamos el fruto más hermoso del pecho.
Lo que importa es el río,
no su nombre.

Lo que interesa es pan
y no discursos
sobre las propiedades de la harina.
El mar es bello porque es mar
y no porque lo cantan los poetas,
y existirían piñas
aunque no se llamaran como llaman.

Bajo la tierra crece la semilla
porque el surco no habla
ni le pone adjetivos a la espiga.
Un hombre que se calla largamente
se convierte en camino,
y si guarda silencio su mujer
puede volverse viaje.

Callémonos un rato,
al menos para ver qué le sucede
a la palabra uva.
Es posible que crezca y se derrame
hasta llenar el mundo de dulzura
y cascadas de vino.

EPITAFIO
Esta casa está sola. Aquí no vive nadie.
Pero hace apenas unos meses
era un hogar con una madre
que atizaba el fuego
y tendía los lechos blancos.
Era un hogar, y los hijos varones
hablaban de mujeres y de viajes
en torno del silencio de su padre.
Por la noche, muy cerca de una lámpara,
se agrupaba el amor de la familia;
alguien se levantaba
para ir a buscar un libro de poemas
pero dejaba en medio de los suyos el alma.
Adentro de esta casa, en sus alcobas,
que aún huelen a sábanas, a limpieza y a madre,
se vivió, se soñó,
y hubo sitios humildes y cotidianos
donde se echaba el perro a mirar a sus amos.
Mas un día llegó la muerte
y ordenó el desahucio,
porque nadie en la casa había pagado
su tributo a la tierra.
Murió la madre. Murió el padre
y los hijos se fueron a morir a otra parte.
Esta casa esta sola. Aquí no vive nadie.



GUARDAME DE LOS VIENTOS
No me dejes partir, no me abandones,
átame a tu cintura con tus brazos,
y aléjame los buques de la cara
con tus suspiros y tus aletazos.

Rodéame de ti, de tu ternura,
de tus palomas y de tus espinos,
para que no me llamen los países,
para que no me escriban los caminos.

Tengo toda la noche de tu pelo
para embarcarme en ella, tristemente,
y alejarme un momento, con las manos,
de las orillas de tu continente.

Puedo andar por mi frente, por la tuya,
con gestos numerosos y mundiales,
y me siento más hondo en tus entrañas
que en los naufragios y en los funerales.

Quiero quedarme en ti, quiero que me ames
y que me arrojes besos como escalas,
siempre que me desprenda de tus labios
y me crezcan los viajes y las alas.


PETICIÓN ENTRAÑABLE
Acércate a mi pecho más caudalosamente,
húndete en mi camisa,
atraviesa mi piel, mis guarniciones,
y arrásame por dentro con tus labios
y tus inundaciones.

Trasvásate a mis venas,
a mi sangre furiosa,
y auméntame los ríos arteriales
y la espuma que pasa por mi frente
cuando pienso hospitales.

Vuélvete mi sustancia,
mi saliva, mi llanto,
y déjate arrastrar por estas aguas
y por el contrapeso de las chispas
que saltan de mis fraguas.

Más todavía súmate a mi sino,
a mi cabalgadura temblorosa,
y estréchame los pies en los estribos,
con los tuyos calzados de palomas
y de cuchillos vivos.

Que una sola persona, un solo gesto,
sean nuestros dos cuerpos enlazados,
y que si yo te beso o tú me besas,
sintamos ambos gustos de amapolas
y cornada de fresas.

De tal manera unidos compañera,
que ni la muerte pueda separarnos,
y que de espaldas, en la sepultura,
tú recuerdes completa mi presencia
y yo inmodificable tu figura


MUJER SIN NOMBRE
Yo no digo tu nombre. Yo digo mi locura.
Mírame cómo tengo los labios: como ríos
que atraviesan cantando tu hermosura.

Digo mi gran fervor, mi desespero.
Digo lo que me quema cuando llegas
y cuando ya te has ido lo que espero.

Escribo mi apetencia de ser dueño
de toda la candela de tus brazos,
para quemarme en ella como un leño.

Mujer sin nombre, si, pero nombrada
por mil voces ocultas: por mi instinto
que te tiene de gritos coronada.

Mi sangre hinca su alarido ardiente
en mi carne, socava mi estatura
y en mi mismo te busca ciegamente.

Y por buscarte así, como a una herida,
es mi sangre de tu alma y de tu imagen
la desenterradora enfurecida.

Mujer casi imposible, yo te evoco.
Para acercarte más cierro los ojos
y por cerrarlos casi que te toco.

Te veo saltar del fondo de mis versos
y caer junto a mi alma, con tu pecho
dividido en dos tibios universos.

Te oigo hablar y siento que me quema
esa llama de música que vive
dormida en las palabras del poema.

Te miro andar y siento que tus pasos,
siempre que en el crepúsculo se alejan,
más se acercan al sitio de mis brazos.

Pienso en tu cuerpo cálido y moreno,
y el cóncavo brasero de mis manos
de tu cuerpo se siente casi lleno.

Cuando miro tu talle me pregunto
si en una habitación deshabitada
por estar solo lo tendré más junto.

Cuando miro tus muslos yo me digo
que quizás en el tiempo de la siega
serán de mis trigales dulce trigo.

Y cuando veo tu pelo anochecido,
pienso que va a temblar como una estrella
cuando mi beso arranque tu gemido.

Te espero, si, con tanto desespero,
que la cal de mis huesos ya no puede
con la muerte profunda con que muero.

Ahora solo falta que te atrevas
y que congregues todas tus pasiones
con la pasión recóndita que llevas.

Mientras tanto yo soy el infinito,
y tú el surco de estrellas asediado
por la semilla amarga de mi grito.

martes, 15 de febrero de 2011

Legalizar ¿es la tarea?


El domingo 13 de febrero – un día antes de la compulsiva celebración del día de los enamorados – el periodista y escritor Pedro Salinas escribe en el diario Perú 21 el artículo que comparto con ustedes.
Es necesario tomar en cuenta que en una anterior oportunidad, el Premio Nobel Mario Vargas Llosa ya opinó favorablemente sobre la legalización de las drogas y lo hizo en un artículo publicado en El País de España, en el cual básicamente se hacía referencia a la posición de algunos ex mandatarios latinoamericanos que sostienen la posición de estudiar dicha posibilidad.
Abro el debate, espero puedan desarrollarlo a través de los comentarios, a fin de tocar un tema relevante, en tanto estamos a punto de convertirnos en una narco república donde las mafias de traficantes se infiltran en las diversas esferas del Estado, al punto que el Presidente de la República, Alan García Pérez, se ha visto obligado a devolver la suma de U$ 5,000 a un miembro de la familia Sánchez Paredes - vinculada al narcotráfico - quien había aportado dicha suma hace ya casi 5 años, durante la campaña electoral del actual mandatario peruano, para colaborar con la misma.
La posibilidad de corromper desde altos funcionarios hasta modestos empleados públicos es cada vez más latente en varios países de latinoamérica y el narcotráfico tiene la posibilidad de hacerlo, en tanto las posiciones más pacatas y electoreras se escandalizan ante la sola posibilidad de la legalización, sin embargo y como ya notarán, algunos presidentes han tenido que dejar de serlo para manifestar un posición sincera a este respecto.
Creo que una pregunta vital para este análisis sería: ¿creen ustedes que el estado está en condiciones de ganar la guerra al narcotráfico?, se sugiere objetividad y sinceridad.

Drogas e hipocresía

Pedro Salinas (Perú21, Dom. 13/02/2011)

Tenía previsto entrarle a otro tema, pero como el de las drogas me parece importante, aquí voy. No las consumo, que conste. Creo que embrutecen y degradan. Que menoscaban la salud y entorpecen. Creo, además, que el Estado tiene la responsabilidad de emprender campañas informativas sobre los riesgos y consecuencias que implica el consumo de estas. Sin embargo, y dicho todo ello, no me escandaliza si un adulto se fuma un porro. Ni me molesta. Tal cual. Doy por sentado que cada quien es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera. Y que el Estado no tiene derecho a entrometerse en la libertad de la persona, mientras lo que haga dicha persona no dañe o perjudique al resto. O a mí.

Por lo demás, en el Perú, como ha explicado claramente el penalista José Ugaz en el diario La República, poseer drogas o consumirlas no es un delito. Solo tipifica como tal el tráfico, la comercialización, la venta. O su fabricación, que esa es otra. Pero consumirlas, como dice Ugaz, “carece de relevancia penal”. Así que ya ven. Fumarse un pitillo de marihuana no es un crimen, si no quedó claro.

Ahora, para ser sinceros, lo que me fastidia un tanto en torno a esta discusión es la hipocresía de algunos. De algunos políticos, particularmente. Que se horrorizan con la propuesta de legalizar las drogas, mientras que el narcotráfico crece exponencialmente por todo el país. ¿O no se han enterado todavía que ya somos el primer exportador de cocaína a nivel global? ¿O son incapaces de ver que este gobierno en materia de lucha contra el narcotráfico no ha avanzado ni un milímetro? Por poner un par de ejemplos.



“(Si la marihuana se legaliza) como una droga dulce, pasaremos a legalizar la cocaína como droga dura y finalizaremos con la aprobación de la eliminación de ancianos”, dijo Alan García sobre el tema, hace poco, sin que le tiemble la barriga. Es decir. Como si fumarse un troncho fuese la antesala de una masacre en el asilo Canevaro. Como si proponer la legalización nos condujese inexorablemente a un holocausto geriátrico. O algo así.

Pero claro. La cosa no es como la cuenta Alan. Qué va. Ahí están los ex presidentes Cardoso, de Brasil, Gaviria, de Colombia, y Zedillo, de México, recomendando legalizar ante el fracaso de la guerra contra las drogas, porque este no es un problema policial, sino económico. Ahí está igualmente nuestro Nobel, Mario Vargas Llosa, subrayando precisamente esto último. Que si el problema de la droga es económico, económica tiene que ser la solución. “La legalización traerá a los estados unos enormes recursos, en forma de tributos, que si se emplean en la educación de los jóvenes y la información del público en general sobre los efectos dañinos para la salud que tiene el consumo de estupefacientes puede tener un resultado infinitamente más beneficioso y de más largo alcance que una política represiva, la que, aparte de causar violencias vertiginosas y llenar de inseguridad la vida cotidiana, no ha hecho retroceder un ápice la drogadicción en ninguna sociedad”, escribió en El País.

La criminalidad prospera gracias a que las drogas son proscritas. Si transitamos hacia un mercado legal, los carteles terminarán por evaporarse. Mientras que ello no ocurra, el cáncer del narcotráfico seguirá haciendo su agresiva metástasis. Comprando conciencias. Arreglando procesos judiciales. Prostituyendo a las autoridades políticas y policiales. Ejecutando periodistas y familias enteras. Socavando la democracia. Y así.



Trece años duró la Ley Seca en los Estados Unidos. Cuando Roosevelt la derogó, es verdad, el alcoholismo no se esfumó. No obstante, el crimen violento decreció dos tercios. Y los borrachos continuaron tomando, decía, ya sin esconderse en garitos clandestinos, pero, eso sí, desaparecieron para siempre los Capone y las mafias.

Es verdad también que la legalización lleva aparejada otras amenazas. Empero, como dijo el escritor Tomás Eloy Martínez, “no se trata de alentar el consumo, sino de controlarlo mejor, invirtiendo en campañas efectivas de salud pública”, que podrían financiarse con las gigantescas sumas que hoy se invierten en represión; y, por cierto, con las otras, también enormes, que saldrían de la regulación y el cobro de impuestos sobre las drogas. Digo.

viernes, 11 de febrero de 2011

Maestría Oriental

A continuación una muestra de la maravillosa poesía oriental:

SENDAS DE OKU
Matsuo Basho (Japón, 1644-1694)
Barral Editores. Barcelona, 1970.
Traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya

La despedida de la pareja de gaviotas
A Sora se le ocurrió enfermarse del vientre. Tiene un pariente en Nagashima en la provincia de Ise, y decidió adelantarse. Al partir me dejó este poema:
Ando y ando
si he de caer
que sea entre los tréboles.

La pena del que se va y la tristeza del que se queda son como la pareja de gaviotas que, separadas, se pierden en la altura. Yo también escribí un poema:
Hoy el rocío
borrará lo escrito
en mi sombrero.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Egipto y el mundo Árabe

Ayer 08/02/2010 en el diario español El País, el periodista Javier Valenzuela Gimeno (Granada 1954), escribió un artículo al que llamó “¿Por qué le llamamos Revolución?”, y allí hace un análisis de lo que viene sucediendo en el mundo árabe a partir de Túnez y Egipto. Estoy seguro que muchos de nosotros no tenemos claro lo que allí viene ocurriendo, de allí que considero importante la lectura del artículo que a continuación transcribo:

¿Por qué le llamamos "revolución"?
Los periódicos de Occidente tratan de dar respuesta a las grandes preguntas que suscitan las revueltas en el mundo árabe
JAVIER VALENZUELA - Madrid - 08/02/2011
¿Por qué llamamos "revolución" a los acontecimientos de estas semanas en el mundo árabe? El mismo día de la caída del autócrata tunecino Ben Alí, el pasado 14 de enero, numerosos periodistas, arabistas y expertos en política internacional comenzaron a usar el término revolución para lo sucedido en el pequeño país magrebí. ¿Por qué? Pues porque, como escribe hoy en EL PAÍS el filósofo francés André Glucksmann, "un levantamiento popular que acaba con un régimen despótico se llama revolución".

Una subida del precio de tal o cual bien básico, una impopular medida gubernamental o una controvertida decisión judicial pueden suscitar "protestas" aquí o allí. Pero cuando estas "protestas" no se detienen ni con la represión ni con ninguna concesión del poder, exigen su caída inmediata y su sustitución por un nuevo orden político, tenemos que hablar de "revolución". Máxime cuando triunfa.
Al caso tunecino se le ha dado en llamar la "revolución del jazmín". Los tunecinos han pagado un elevado precio en sangre para derrocar a Ben Alí, pero su lucha y su victoria han inspirado de inmediato a los sectores más informados y combativos de la juventud urbana egipcia. Su fuego ha prendido en el Valle del Nilo.
¿Puede haber "revolución" sin un partido y un dirigente que la lideren? Edwy Plenel, en Mediapart, ha dado el 2 de febrero una excelente respuesta a esta pregunta: "Que sea imprevisible es, precisamente, su primera virtud: quiebra lo que parecía inquebrantable, agita lo que parecía inmóvil, desestabiliza lo que parecía inmutable. Y esto es lo que la historia llama una revolución: no porque pueda preverse o controlarse, sino porque llega sin advertir e inventa su propio camino, sin programa, partido o líder preestablecidos. Una verdadera revolución no es el golpe de fuerza de alguna autoproclamada vanguardia: se desarrolla y se inventa al modo de una apuesta pascaliana, sin otra garantía que la esperanza".
Más que con organizaciones o líderes, una revolución tiene que ver con ideas, es la encarnación en un movimiento popular de determinadas ideas. Los franceses saben de esto: su república es la biznieta de la revolución de 1789 y sus ideas de libertad, fraternidad e igualdad. Por eso el arabista Henry Laurens, en la última edición de Le Nouvel Observateur (3 de febrero de 2011), ha recordado: "Las revoluciones crean sus propios cuadros. Los que destruyeron la Bastilla ignoraban que estaban desencadenando la Revolución Francesa". Y Glucksmann acoge los sucesos de Túnez y Egipto con la "simpatía" rayana en "el entusiasmo" con que Kant acogió la Revolución Francesa.
¿Por qué la calificamos de "democrática"? Tanto en Túnez como en Egipto los manifestantes dejaron claro desde el primer minuto que luchaban por la libertad, la dignidad y la justicia, por la sustitución en sus respectivos países de la autocracia por la democracia. Los pueblos árabes toman su Bastilla, titulaba Rosa Meneses su análisis en El Mundo del 7 de febrero. Y subtitulaba: "Las revueltas de Túnez y Egipto beben de la Revolución Francesa y no de la iraní". "Estas sociedades (las norteafricanas) han demostrado estar más cerca de nosotros de lo que pensábamos", escribe. "Tienen nuestros mismos anhelos: aspiran a encontrar un lugar en el mundo, a tener oportunidades para ganarse la vida, a cuidar de sus familias, a ser libres... Como razonara el escrito sudanés Tayeb Saleh, "son exactamente como nosotros". Y en este sentido, nos han dado una lección".
¿Teherán 1979 o Berlín 1989? Así titula hoy (8 de febrero de 2011) Roger Cohen su columna en el International Herald Tribune. Escribe Cohen: "¿Es esto un amplio alzamiento contra la dictadura cuyo objetivo de libertad y democracia puede ser usurpado por islamistas organizados? ¿O supone el final de ese Parque Jurásico Árabe donde, desde Yemen a Túnez, han gobernado déspotas envejecidos, y el principio de un florecimiento democrático que cambie el mundo como lo cambió el colapso del imperio soviético? Si es esto último, como yo creo, es crucial comprenderlo correctamente".
Lo que dice Cohen es que una actitud decidida de Estados Unidos y la Unión Europea a favor del cambio democrático, como la que adoptaron en el colapso del imperio soviético, puede decidir que la balanza caiga del lado de 1989. La pasividad asustada jugaría en sentido contrario. Timothy Garton Ash lo expresó así el lunes 7 de febrero en EL PAÍS: "El futuro de Europa está en juego esta semana en la plaza de Tahrir de El Cairo, igual que lo estaba en la plaza de San Wenceslao de Praga en 1989".

Una revolución puede fracasar, por supuesto. Incluso en el caso de triunfar puede orientarse en uno y otro sentido no sólo en función de las circunstancias internas sino también de las fuerzas externas.
¿Debe el miedo a los islamistas condicionar la actitud occidental? Los islamistas no han desempeñado ningún papel en el desencadenamiento de las revueltas tunecina y egipcia. En este último caso, el protagonismo inicial habría que dárselo a grupos de jóvenes demócratas muy activos en las redes sociales como Kefaya (Basta ya), Khaled-Said y 6 de abril.
Ahora bien, ¿pueden terminar capitalizándolas? No necesariamente. El 7 de febrero Xavier Antich escribió en La Vanguardia: "Estos días han vuelto a aparecer los tics coloniales habituales en estos lares. Escuchamos cómo se elogian las ansias de libertad y a la par cómo se expresa el miedo por lo que vaya a pasar después, ese miedo al que siempre se le pone nombre, "fundamentalismo islámico", sin saber, ni remotamente, el peso que eso, sea lo que sea, tiene entre la población de Egipto".
Negar a los árabes la posibilidad de acceder a la democracia sólo porque cabe la posibilidad de que ganen los islamistas es, como observa Antich, una actitud colonialista. Por el contrario, Occidente debería asumir sin mayores angustias la posibilidad de que, en algunos países árabes, partidos islamistas contrarios a la violencia y respetuosos del marco democrático obtengan buenos resultados electorales. Lo explica así Plenel: "¿Por qué, en la transición democrática del mundo árabe, no puede haber un lugar para familias políticas que se reclaman de la religión dominante, tal como fue el caso, y sigue siéndolo, de los demócratas cristianos en Europa?". Y continúa pedagógicamente: "A comienzos de los años 1980. ¿había que desear la represión del sindicato Solidaridad en Polonia porque grandes ceremonias católicas se celebraban bajo su égida en los astilleros de Gdansk? ¿Había que desear el mantenimiento del dominio soviético sobre Europa del Este porque su hundimiento amenazaba con liberar fuerzas conservadoras, reaccionarias o religiosas, como así ocurrió?"
¿Es Turquía el modelo que podrían seguir las revoluciones árabes? En declaraciones a Le Monde (8 de febrero de 2001), Ghassan Salamé, politólogo y ex ministro de Cultura libanés, cree que el momento en el que la Turquía contemporánea comenzó a llamar la atención del mundo árabe fue cuando, en enero de 2009, en plena ofensiva militar israelí contra Gaza, su primer ministro Erdogan abandonó una mesa redonda en Davos enfadado por las justificaciones a la violencia que estaba dando Shimon Peres. "La autopista hacia el corazón de los árabes es una actitud empática, solidaria con los palestinos", dice. A partir de ahí, los árabes comenzaron a interesarse por el modelo turco: su democracia, su crecimiento económico, el menor protagonismo de su Ejército. "De este modo", afirma Salamé, "Turquía se ha convertido en el modelo dominante. Irán ya no es el único modelo. Y el modelo turco", remata, "es el equivalente a la democracia cristiana".

¿Mubarak o el caos? Esta es la carta suprema que está jugando el rais egipcio y que ya le han comprado Israel, algunos políticos occidentales y parte del pueblo egipcio. En su columna Una república llamada Tahrir, Roger Cohen escribe en el Tribune del 7 de febrero: "Aceptar el argumento Mubarak o el caos es una falta de respeto al civismo de la plaza Tahrir. Es una muestra del fracaso occidental ante la explosión de la sed árabe en pro de la dignidad y un gobierno representativo". Cohen recuerda como los manifestantes que reclamaban la salida de Mubarak formaron una cadena humana alrededor del Museo Egipcio para protegerlo. En esa misma edición del Tribune, David Kirpatrick informaba: "En el día cristiano de oración (el pasado domingo) los coptos celebraron una misa en la plaza (Tahrir) mientras los musulmanes, devolviendo un favor, les protegían. El viernes los coptos hicieron la guardia durante las plegarias musulmanas". ¿Y si el caos fuera Mubarak?