jueves, 8 de julio de 2010

MANUEL SCORZA Y LA TUMBA DEL RELÁMPAGO

El 27 de noviembre de 1983 amaneció con sol, como cada mañana aquí en Cusco, horas antes, el vuelo 11 de la compañía venezolana Avianca, un Boeing 747, se precipita a tierra en las afueras del aeropuerto madrileño de Barajas, uno de los pasajeros de ese fatídico accidente era Manuel Scorza.
Yo había escuchado hablar de Manuel Scorza a mi hermano Víctor, en ése entonces él estaba leyendo – si mal no recuerdo - la novela “Redoble por Rancas” y comentó acerca del accidente en España. No sé si fue por eso que cuando estuvo disponible el libro comencé a leerlo y lo terminé en menos de una semana.
Luego, con el tiempo, vinieron otros libros: “Historia de Garabombo, El Invisible”, “El Jinete Insomne” y “El Cantar de Agapito Robles”. Más tarde, “La Tumba del Relámpago”.
Los libros de poemas no los había leído hasta que años después, una de esas tardes en que algún amigo con tacto de elefante, mientras yo andaba cantando al viento alguna pena de amor, me alcanzó “Los Adioses”, un poemario cuya profundidad podría cambiar la vida de cualquier proyecto de poeta o de lector de poesía.
Scorza, militante de izquierda, editor literario, había nacido en Lima un 9 de septiembre de 1928, vivió parte de su infancia en Acoría (distrito de Huancavelica), luego regresó a Lima a estudiar en el Colegio Militar Leoncio Prado y luego – como no podía ser de otro modo – ingresó a la Universidad de San Marcos donde se desarrolló políticamente.

Creo que la infancia serrana en Acoría le da a Scorza los elementos necesarios y la sensibilidad suficiente para haber entendido tan bien la lucha de los campesinos de la comunidad de Rancas por recuperar sus tierras ante el arrebato de las mismas por parte de la Cerro de Pasco Copper Corporation, empresa que actuaba con el aval del gobierno central, es decir desde Lima.
Redoble por Rancas es una novela crítica no solamente de la actuación de la transnacional, sobre todo relata la injusticia basada en el sistema feudal o de haciendas que en los años 60 imperaba en el país, la indefensión y permanente dolor del campesino de la sierra peruana. El primer capítulo trata del miedo de un pueblo a levantar una moneda de bronce que se le cayó (o dejo caer) el juez Francisco Montenegro. La gente iba a la plaza de Yanahuanca a mirarla, pero no la tocaban. Un año después Montenegro dijo que se encontró un sol (la moneda) y el pueblo suspiro.
La lectura de la obra de Scorza es necesaria, y cuando lo hagan – si deciden hacer caso a esta recomendación y todavía no lo han hecho – sería bueno que analicen cuántas de las cosas que allí se cuentan permanecen igual, además que puede explicar la profunda desconfianza del campesino hacia las disposiciones emanadas desde un centralismo cuya gente ni siquiera conocen.

Este post no es otra cosa que un pequeño y humilde homenaje a Manuel Scorza, además de ser un desagravio póstumo al artículo escrito por Rodolfo Hinostroza en Caretas 2116, donde hace una serie de afirmaciones que personalmente – como es lógico - desconozco si son ciertas o no. Hinostroza (a quien tengo el gusto de conocer y además admiro mucho) lo conoció bien. Sin embargo me parece – por decir lo menos – de muy mal gusto escribir acerca de aspectos personales de alguien cuya obra es lo importante – como de la mayoría de escritores – y no la forma de beber el ron o de abrazar y decepcionar a sus amigos (eso aunque no crean, también es un derecho). Mucho peor si el directamente afectado ya no puede defenderse.
Aquí van algunos poemas que espero les gusten:

SERENATA
Íbamos a vivir toda la vida juntos.
Íbamos a morir toda la muerte juntos.
Adiós.

No sé si sabes lo que quiere decir adiós.
Adiós quiere decir ya no mirarse nunca,
vivir entre otras gentes,
reírse de otras cosas,
morirse de otras penas.

Adiós es separarse ¿entiendes?, separarse,
olvidando, como traje inútil, la juventud.
! Íbamos a hacer tantas cosas juntos!
Ahora tenemos otras citas.
Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes.
La lluvia que te moja me deja seco a mí.
Está bien: adiós.

Contra el viento el poeta nada puede.
A la hora en que parten los adioses,
el poeta sólo puede pedirle a las golondrinas
que vuelen sin cesar sobre tu sueño.

EL DESTERRADO
Cuando éramos niños,
y los padres
nos negaban diez centavos de fulgor,
a nosotros
nos gustaba desterrarnos a los parques,
para que viéramos que hacíamos falta,
y caminaran tras su corazón
hasta volverse más humildes y pequeños que nosotros.
Entonces era hermoso regresar!
Pero un día
parten de verdad los barcos de juguete,
cruzamos corredores, verguenzas, años;
y son las tres de la tarde
y el sol no calienta la miseria.
Un impresor misterioso
pone la palabra tristeza
en la primera plana de todos los periódicos.
Ay, un día caminando comprendemos
que estamos en una cárcel de muros que se alejan...
Y es imposible regresar.

A CÉSAR CALVO AGRADECIÉNDOLE QUE ESTÉ AQUÍ (*).

(*) Poema inédito de Manuel Scorza. Escrito en la mañana del 20 de mayo en el Hotel de Turistas de Tacna. Corregido en París la noche del 21 de junio de 1977.Una frase pequeña del poema se publicó en la revista Somos del diario El Comercio al fallecer el también poeta peruano César Calvo.
Fuente: de la correspondencia entre Mariana Alegre Scorza (nieta de Manuel) y Gabriel Martínez (estudioso admirador del poeta) - 30/05/2001.
Enviado por el escritor Santiago Hynes - Bs. Aires. a Página Digital (www.paginadigital.com.ar)

En el principio el hombre abandonaba a sus muertos.
Hace cincuenta mil años comenzó a cavar tumbas.
En la piel de las cavernas cinceló sus miedos bellísimos:
descubrió la poesía.
Por eso estamos aquí,
aventando palabras contra el cielo indiferente.

Cecilia, mi hija, juega con sus años:
cuatro guijarros de colores.
La vida pasa tan rápido, César, que una tarde
la miraremos salir para el parque
y regresar hermosísima mujer.
Así es, César, la vida huye tan rápido
que uno de estos días deberíamos tratar de decir la verdad.
Por favor, qué ocurrencia.
¡El mayordomo tiene órdenes estrictas
de tirarle la puerta al pasado!
Porque jóvenes áureos,
en las breñas del horror de América combatían entonces
por un mundo más bello.
Mortalmente heridos caían
más que por la metralla llagados por sus sueños.
Hermosos nacían a la muerte.
Mientras nosotros tatuábamos poemas olvidados
en cuerpos olvidados de mujeres olvidadas.
En chinganas de mala muerte cauterizábamos nuestra melancolía
bebiendo aguardiente que no era Agua Ardiente.
Lenin no apreciaba a los poetas:
cortó groseramente un poema de Maicovski.
Vladimir Maicovski se mató.
Pero Lenin se equivocaba: el Che llevaba en su mochila
acribillados versos de León Felipe
y Javier Heraud llevaba una carta tuya en su chaqueta.
El impiadoso río Madre de Dios arrastró su cuerpo,
tu cuerpo, mi cuerpo, nuestra acribillada juventud, todo.
Pero la vida fluye más rápido que el río Madre de Dios.
¡Imposible erigir un mundo nuevo
sin desembarcar en las Indias entrevistas en nuestros sueños!
Una revolución que sólo es una revolución no es una
revolución.
¡Hay que volcarlo todo, hay que quemarlo todo, hay que arrancarlo todo!
No permitir que vuelva a retornar jamás la misma realidad,
la misma familia, la misma agua, los mismos padres, la misma
luz, la misma patria, el mismo futuro, la misma tristeza, la
misma religión, el mismo sol!
¿Quién se atrevería a absolvernos?
Un inmortal poema nos absolvería.
Pero los años han pasado y no hemos mencionado la Palabra
Ígnea.
La vida es tan fugaz, César, que una de estas tardes
saldrás a comprar cigarros
y regresarás a contar chistes en nuestros velorios.
Y ahora sí te acepto un pisco.
Porque a pesar de esta tristeza, la vida vale la pena:
estoy alegre, estoy árbol, estoy exaltado, estoy
con mis amigos, estoy relámpago, estoy luz.
Porque el hombre que está más cerca de su muerte
que de su nacimiento
necesita urgentemente ser feliz.
Hace cincuenta mil años, en la piel de las cavernas,
comencé a grabar este poema.
Por eso estoy aquí aventando palabras contra el cielo
indiferente.

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