viernes, 3 de diciembre de 2010

Jorge Millones habla de Jorge Millones


El 12/11/2010 publiqué en este Blog un post acerca del papá de un gran amigo: Jorge Millones. Días después recibí un correo – a modo de extensión y agradecimiento - que publico literalmente a continuación, con el cariño que estas letras merecen.

HERMANO YURI
Mi familia, y especialmente yo, te agradecemos esta nota tan sentida sobre la memoria de mi padre, o “…api” como bromeaba él sobre sí mismo. Es imposible recordarlo y no sonreír, pensar que solamente está de viaje en una gira con su guitarra sacándole canas verdes a los ángeles o haciendo trasnochar al mismísimo San Pedro que a esta hora y con resaca, debe haber olvidado donde están las llaves del cielo. Jorge se las debe haber escondido.
Jorge Millones pensaba un poco como tú, eso de que “horas dormidas son horas perdidas”, y bueno, cuando salía el sol a pesar de la trasnochada, ya no podía dormir. Siempre aguantaba más que yo, terminaba llevándome a dormir, y eso que yo era más joven. Pero no está demás el dicho de “más sabe el diablo por viejo…”
Mi padre podía estar días enteros cantando (y tomando, “para no marearse”) porque fue forjado en la tradición de la jarana criolla. Hablaba con una naturalidad de maestros de la guitarra criolla que estuvieron con él en múltiples jornadas o “trancas asesinas que se curaban con un criollazo caldo de gallina” en los Barrios Altos y en La Victoria. Yo alcance a ver y sentir un poco de ese aroma, de ese tiempo. Eran códigos de caballeros, caballeros cantores y era muy difícil entrar, ganarse el respeto de los viejitos era muy complicado, porque no bastaba con tocar bien, sino que además tenías que tener esa chispa y esa agilidad mental para responder las bromas y las chapas que te podían caer como un huayco. Si no pasabas esa prueba, simplemente no existías. Pero mi padre tenía una vocación enfermiza por el pasado, por registrar en su memoria no sólo las canciones, sino las historias, la gente, las comidas, la vida que fue la matriz de las canciones. ¡Qué tal memoria! Los viejitos pensaban que él había estado en esas épocas, pero no, mi viejo solamente averiguaba mucho; cuando los viejitos se daban cuenta que era “más muchacho” ya era tarde, porque ya lo querían irremediablemente.

Lecciones
Una vez algunas personas me invitaron a una reunión musical, era un pequeño homenaje que me querían hacer por mis canciones. Yo accedí gustoso, papá me acompañó (“¿Puedo ir? No tengo nada qué hacer”) Y llegamos los dos a esa reunión. Cante algunas canciones y cuando descansamos un rato en medio de los elogios y salud, salud, Jorge tomó la guitarra. Empezó con piques y punteos criollos. Se hizo un silencio. Alguien dijo “¡Chucha, la cagada!” y mi viejo dijo “por ahí no es”, todos se rajaron de risa. Empezó a cantar aquella hermosa canción de Pinglo “El espejo de mi vida”, y del segundo piso bajaron unas señoras muy viejitas, en voz bajita me murmuró: “Mira, bajaron las momias, seguro dejaron abierto el museo”. Yo enterré la cara en el pecho para que la carcajada no nos delatara. “Qué gusto señor, un momentito, por favor, vamos a traer al abuelo” y bajaron las señoras con un caballero metido en un terno muy antiguo, con sombrero y bastón. ¡Qué pinta la de tío! Desde ese día se me pegó el gusto por los sombreros. Lo que vino después ya te lo imaginas, canciones y anécdotas muy lindas y de comienzos del siglo XX, pero mi papá, nunca estuvo allí. Al menos hasta donde yo sé.
Cuando decían “¡salud maestro Millones!” era evidente que no se referían a mí, pase a segundo plano, después de algunas horas notaron que yo también estaba allí, ya no quería cantar por obvias razones, pero además fue una lección, el público que escuchaba la mal llamada “música trova” estaba cautivado por Jorge, +entendí que el meollo de este asunto no es el género, ni siquiera la destreza, sino encontrar el espíritu de la canción y hacerse un todo con él. Me sentí orgulloso y lamenté haberme dedicado a otras cosas antes que no fueran aprovechar el bagaje de Millones. En el último tramo, mi padre y yo, y tú eres testigo, nos hicimos amigos, “patazas”, como lo somos tú y yo, al punto de que también fue tu amigo, y tuvimos la suerte Camilo, tú y yo, de ser “colegas” de la canción, de vibrar con la música y de compartir el escenario y la vida.

¿Por qué “todos los días”?
Alguna noche en la sala de mi casa, estaban el vecino Lucio, un borrachín del barrio con mi papá. Este vecino -que no solía decir salud, sino ya sabes qué- entre tragos y canciones este le contó a mi padre algunas historias. Mi papá cantaba con la guitarra y Don Lucio de vez en cuando decía “todos los días” en lugar del típico “salud”. Aunque hablaban fuerte no les presté atención porque estaba en el comedor con 11 años y metido en mis dibujos sobre la Segunda Guerra Mundial, sufriendo tratando de copiar detalladamente un Junkers Ju 87 de la Luftwaffe con todos sus pernos y metralletas. Pero ahí resonaban las risas, chistes, anécdotas, algunas lágrimas, abrazos, canciones, apretones de manos en fin, tú ya sabes de esas cosas. Desde esa vez, Jorge Millones dijo siempre “todos los días”. ¿Qué cosa le dijo Lucio? Mi padre se fue con ese secreto, que por cierto nunca se lo pregunté porque pensé que iba haber tiempo para eso, no hubo. Prefiero imaginar (o quizás lo recuerdo vagamente) que ahogaba en tragos y música una gran pena de amor, que todos los días hay que honrar la vida, que todos los días hay que ser felices, que todos los días hay que amar y procurar que nos amen, que todos los días hay que cantar, tomar y comer, hasta que el cuerpo aguante. Para mí, “todos los días” es eso, pero le agrego una de mi cosecha desde que papá se fue, todos los días: te recuerdo.

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