martes, 25 de enero de 2011

El Estado de Palestina



Hay algunos aspectos que vengan de donde vengan merecen ser reconocidos. En este caso el gobierno peruano – retando mi habitual escepticismo – ha reconocido a Palestina como Estado libre y soberano. En anuncio publicado en los medios nacionales el día de ayer 24/01/2011, el canciller peruano José Antonio García Belaunde dio a conocer la decisión que no hace otra cosa que sumarse a este gran concierto latinoamericano del cual fueron pioneros Cuba, Nicaragua, Costa Rica y Venezuela. Posteriormente lo hicieron Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Chile y Guyana. En la actualidad no reconocen al Estado palestino Colombia, Paraguay, Surinam y Uruguay, aunque Uruguay y Surinam han ofrecido anunciar su reconocimiento este año 2011.
Se espera que Paraguay no tarde mucho en hacerlo.

Cabe señalar que, de los países sudamericanos, los únicos que pusieron de manifiesto el reconocimiento dentro de las fronteras de 1967, es decir antes de la ocupación israelí (franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén), fueron Argentina y Brasil.
Más allá del análisis que algunos especialistas hacen respecto a este gesto, porque eso es, un gesto, que tiende a generar respeto por un Estado cuya existencia solamente puede ser negada por puntos de vista necios y obtusos, constituye un primer paso, el siguiente es presionar a los EEUU y a la comunidad internacional – esa es la parte donde se medirá la convicción del gesto - a fin que deje de apoyar las intervenciones militares en contra de la población palestina y esta suerte de oídos sordos a todo reclamo que cuestione la prepotencia israelí.

Palestina, un pueblo milenario que Moisés trató de expulsar tras la huida de Egipto, el Estado de Palestina que hasta ahora sufre el maltrato de algunas víctimas del holocausto que parecen haber olvidado lo que significa el dolor de todo un pueblo y que la impotencia que este produce, mezclada con el fundamentalismo solamente puede conducir a la violencia.
La tarea más difícil recién comienza, Jerusalem ya sangró mucho, es hora que deje de hacerlo y que las religiones cumplan la dulce finalidad de todas ellas: hacer mejores personas.

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