martes, 12 de octubre de 2010

Cinco poemas de Juan Gonzalo Rose (Tacna 1928 - Lima 1983)


Las cartas secuestradas

Tengo en el alma una baranda en sombras.
A ella diariamente me asomo, matutino,
a preguntar si no ha llegado carta;
y cuántas veces
la tristeza celebra con mi rostro
sus óperas de nada.
Una carta.
Que me escriba una carta quien me hizo
los ojos negros y la letra gótica,
que me escriba una carta aquella amiga
analfabeta de pasión cristiana;
duraznos de mi tierra: que me escriban,
vientos los de mi rambla: que me escriban,
y redacte una carta pequeñita
mi hermana abecedaria y pensativa.
Muertos los de mi infancia
que se fueron
dormidos entre el humo de las flores,
novias que se marcharon
bajo un farol diciendo eternidades,
amigos hasta el vino torturado:
¿no hay una carta para Juan Gonzalo?
Si no fuera poeta, expresidiario,
extranjero hasta el colmo de la gracia,
descubridor de calles en la noche,
coleccionista de apellidos pálidos,
quisiera ser cartero de los tristes
para que ellos bendigan mis zapatos.
El día que me muera —¿en una piedra?—,
el día que navegue —¿en una cama?—,
desgarren mi camisa y en el pecho,
¡manos sobrevivientes que me amaron!,
entierren una carta.


Geografía implacable

Mi corazón limita con el mar,
por las noches;
con tu amor,
por mi cuerpo.
Entre islas fragantes y tus manos pequeñas
mi distancia se extiende.
A veces en los vientos marineros me pierdo,
a veces en los actos de tu vida
me encuentro.
A veces yo confundo tus brazos en la sombra
con un blanco archipiélago,
a veces en tus ojos diviso el mar abierto.
Si me ausento no vayan
a las altas montañas:
buscadme entre las algas de la mar más cercana,
o en los bosques de sombra que derrama su pelo.
Si me muero, buscadme
en las altas montañas.
Cual un ave sombría
me hallaréis en la nieve
largamente dormido,
sin saber si me han muerto de la mar las nostalgias,
o la gran marejada que desata su olvido.


Exacta dimensión

Me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas…

y más precisamente:
me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas
cuando llega el verano…

Y más precisamente:
me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas en las tardes de enero
cuando llega el verano…

y más precisamente:
me gustas porque te amo.


Gastronomía

Para comerse un hombre en el Perú
hay que sacarle antes las espinas,
las vísceras heridas,
los residuos de llanto y de tabaco.
Purificarlo a fuego lento.
Cortarlo en pedacitos
y servirlo a la mesa con los ojos cerrados,
mientras se va pensando
que nuestro buen gobierno nos protege.

Luego:
afirmar que los poetas exageran.

Y como buen final:
tomarse un trago.


Carta a María Teresa

Para ti debo ser, pequeña hermana,
el hombre malo que hace llorar a mamá.

Yo me interrogo ahora
¿por qué no he amado sólo
las rosas repentinas,
las mareas de junio,
las lunas sobre el mar?

¿Por qué he debido amar
la rosa y la justicia
el mar y la justicia,
la justicia y la luz?
Fui un niño como todos.
También mi infancia
la atravesaba un río
y tenía una hora misteriosa
en la cual las palomas
a mi alma obedecían.
Pero me preguntaba
¿por qué en mi calle
la alegría es un viento
fugaz e inesperado?,
¿Por qué no siembran trigo
también sobre mi pecho,
si aquí en mi corazón,
todas las noches
se desbordan los ríos?
Por eso fue la noche
el rostro de mi madre,
astro de cera y llanto
en el cielo apagado de mi celda;
por eso me negaron
el Perú en mi desvelo,
y vanamente grito:
devolvedme mi patria,
devolvedme mi escuela de palomas,
mi casa frente al mar,
devolvedme su calle más pequeña;
su lámpara más rota,
su más ciego lugar.
A pesar de todo esto,
para ti debo ser, pequeña hermana,
el fantasma que vuelca
la sal sobre la mesa,
el mal hado que rompe
las puntas de los días:
y es que a ti te hace daño
ver llorar a mamá.
Mas una tarde, hermana,
te han de herir en la calle
los juguetes ajenos;
la risa de los pobres
ceñirá tu cintura
y andando de puntillas
llegará tu perdón.
Cuando esa hora suene
es que amarás las rosas,
las mareas de junio,
el jardín de diciembre
donde los niños van;
es que amarás mis sueños
y mis cosas,

¡Sabrás por qué se rompe
fácilmente
por la mitad el pan!
Cuando esa hora suene
y se empadrine en mi padre mi orfandad,
iremos de la mano
por las calles de Lima,
en trinidad de gozo:
la risa de mamá.


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