lunes, 23 de mayo de 2011

¿Suspensión del pensamiento crítico de izquierda por elecciones?/ Un artículo de Alvaro Campana

El Perú se debate en un momento político difícil: estaríamos ad portas del retorno de la versión más “repugnante” de la derecha al gobierno a través del fujimorismo. Frente a ello se plantea la unidad en torno a Ollanta Humala como la opción de salvar el sistema democrático. Pero lo que no se dice es que aún así, la derecha está ganando porque a “amansado” (Cotler dixit) a Humala quien prácticamente ha capitulado frente a la derecha más liberal (política) para obtener su apoyo y se consolida nuevamente el binomio democracia-mercado como fundamento del discurso hegemónico y su próximo gobierno como opción de gobernabilidad.
Es decir la derecha tiene la opción de escoger entre su mal mayor (orientada por su terror a lo plebeyo y a cualquier apertura al cambio, que representa Humala) porque lo que ofrece un gobierno de K. Fujimori es una mayor polarización social; o su mal menor que es el propio Humala. Nosotros no tenemos otra que apostar por una opción, Humala, que se ha reconfigurado para restringirse a un compromiso por gestionar de manera más honesta y con mayor solidaridad el neoliberalismo.
Se ha dicho que no hay una correlación político electoral favorable, y es cierto. Un tercio del país es el voto duro de Humala, el voto descontento y antineoliberal que se muestra en la especialmente en el sur del Perú. Mientras, K. Fujimori se apoya también en su tercio duro con sectores que fueron objeto de las políticas focalizadas y clientelares, los sectores más regresivos y corruptos de la estructura de poder (iglesia, varios empresarios y tecnócratas, sectores de las fuerzas armadas). En medio, un voto que se divide entre ambos pero que es el que o quiere más libre mercado, racista y de clase media y que apoyara a Fujimori; y del otro, un sector más liberal, que apostará en parte por Humala aunque con muchas reticencias, y por un continuismo pero con mejoras y ajustes y que tiene fuertes resistencias con el fujimorismo. Por ello, y de hecho así se ha sostenido al cambiar la el proyecto de la “Gran Transformación” por el de la “Concertación Democrática”, no es posible hablar de una correlación social, ni electoral.
De esta manera la discusión no gira en torno a una agenda antineoliberal, o que cuestione de manera significativa la estructura de poder instaurada precisamente a partir del gobierno fujimorista. La discusión gira en torno a las calidades morales de los fujimoristas (ya no los neoliberales) y la violación a los derechos humanos en el gobierno de Alberto Fujimori. El debate se desarrolla fundamentalmente por derechas desde una perspectiva moralista y/o pragmática. Es cierto que en la “carrera electoral” la propia candidata del fujimorismo ha hecho declaraciones favorables a impuestos a las sobreganancias (que mostraría un cambio de subjetividad respecto de las necesidades del país) que ella también implementaría, pero que nos suena al cambio responsable alanista que ya sabemos es una farsa.
El repliegue es tal que hasta Álvaro Vargas Llosa, uno de los escritores del “Perfecto Idiota latinoamericano”, según él para burlarse de la cultura de izquierdas en América Latina, de quien no discutimos su honestidad o bondad, aparece hoy como uno de los principales voceros para terminar de “adecentar” la candidatura de Humala y decantar a un sector de la población para su triunfo en las elecciones. En el camino aceptamos de contrabando ideológico una serie de afirmaciones que parecen cimentar aún más el sentido común neoliberal, en su versión demoliberal. Su lectura conservadora sobre los procesos de cambio en América Latina, su disociación del neoliberalismo con las dictaduras, la intocabilidad de la constitución y los intereses de los inversionistas, entre otros.
Este panorama, nos da una radiografía de en qué está la sociedad peruana y cómo a partir de esa situación podemos construir un proyecto de izquierda sostenido en una mayoría social, política y electoral. Pero también, aquí nos concentramos en esto, nos obliga a revisar nuestras propias responsabilidades y limitaciones discursivas y prácticas como izquierda en el momento actual. Muchos compañeros queridos nos han dicho: “ya déjense de decir sólo No a Keiko, y digan SI a Humala”, sin más. No han faltado jalones de orejas porque los grandes grupos de poder comunicacional nos tienen tan de rodillas, que hay que ser cautos hasta con hacer política en la calle, no nos vaya a quitar puntos, y permitimos que se criminalice aún más la protesta social en el espacio público.

Y nos preguntamos entonces ¿ha entrado en suspenso el pensamiento crítico de izquierda? ¿Tenemos algo que decir o qué hacer respecto de cómo está configurado el poder en el Perú en la coyuntura electoral? ¿Tenemos algún proyecto desde el cuál construir/disputar el poder, que en este contexto nos permita debatir posiciones con la derecha fascista y con la derecha liberal? Desde la izquierda, o lo que queda de ella, no estamos empleando la lógica “alianza y lucha” en la coyuntura actual y mucho menos estamos planteando tampoco una orientación programática que nos permita pelearla desde la izquierda y configurar un actor social que levante un proyecto alternativo. Debe ser que definitivamente nuestra izquierda es tan “arcaica” o “moderna” que se ha quedado sin argumentos más allá de lo testimonial, lo moral o los argumentos tecnocráticos aprendidos en tantos cursos y proyectos en las ongs auspiciados por el Banco Mundial.
Creemos que, sin embargo, y a pesar de los chantajes de la derecha, de los sermones en el propio campo para medir las consecuencias de lo que hacemos en la calculadora electoral, o de la resignación a la política expropiada que se expresa y ejerce sólo en los gestos de los candidatos y los “políticos”, en las nuevas generaciones se empiezan a desplegar un conjunto de iniciativas (discursivas y prácticas) que nos pueden ayudar a parir una izquierda que esté a la altura de los cambios estructurales de los que tanto se habla. En la “cruzada antifujimorista” aparecen así un conjunto de subjetividades, sensibilidades y demandas que nos pueden permitir construir una nueva izquierda.
¿Por dónde podría ir esta emergencia y hacia donde podría desembocar? Se nos ocurren las opciones siguientes que presentamos en forma de preguntas: ¿nos estamos dando cuenta por fin que la política no puede ni debe restringirse a los espacios institucionales o meramente del espectáculo? ¿Será que en la lucha por los derechos humanos –una de las más reivindicadas-estamos reconociendo que hay demandas populares con las cuales empatar sin que suenen a asuntos de unas cuantas ongs (que además las despolitizan) y que cuestionan el orden neoliberal e incluso no tienen más remedio que pensarse desde una perspectiva anticapitalista?[1] ¿Será que estamos sintiendo la urgencia de generar nuestros espacios de poder desde abajo para cambiar las correlaciones de fuerza a partir de la necesidad de tener nuestros propios medios de expresión, fortalecer nuestras organizaciones, impulsar nuestros propios emprendimientos económicos, sociales y culturales?
¿Será que hallaremos nuestra distinción respecto del nacionalismo en que nosotros creemos en la democracia radical, que queremos ir más allá del desarrollismo nacionalista capitalista, que consideramos que hay cuestionamientos de alcance civilizatorio respecto nuestra relación con la naturaleza y con respecto a la diversidad y que nos parecen cantos de sirena los llamados a la “unidad nacional” anulando la política como ámbito de disputa de imaginarios y proyectos sociales antagónicos?
¿Será -finalmente- que hemos comprendido que así como idealizamos tanto lo “estatal” en la política, también hemos idealizado lo “molecular”, lo “micro” como espacio para hacer política y que necesitamos construir un poder social alternativo, pero también un proyecto político que pueda dotarse de una estrategia desde la cual disputar hegemonía en todas las esferas y ámbitos?
Hoy más que nunca no debemos suspender el pensamiento crítico, debemos ser más bien capaces de encontrarnos e ir, sobre la base de nuestras prácticas, construyendo una agenda desde abajo que nos permita intervenir desde la izquierda en este proceso y dar nacimiento a un proyecto político, social y cultural de izquierdas al calor de la batalla electoral, con proyecciones para después. Con esto debemos contribuir a que la mafia fascista del fujimorismo no llegue al gobierno, pero con la claridad de que estamos bastante lejos de materializar los cambios estructurales que tanto se reclama, y que necesitamos un proyecto de izquierdas para lograrlo.
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[1] Por ejemplo la memoria, con quienes fueron afectados por el conflicto armado; la libertad de expresión como algo que no puede restringirse sólo a los grandes medios y a los oligopolios mediáticos; los derechos respecto del “medioambiente” con los “conflictos socioambientales” cada vez mayores y la emergencia de actores indígenas que reivindican la diversidad cultural; la equidad de género y la diversidad sexual que confronta contra el conservadurismo de quienes controlan el gobierno y están asociados a la iglesia.; el derecho al trabajo digno cada vez más confrontado con una reproducción de la precariedad laboral en los trabajadores jóvenes y la ausencia de formas de protección social para los más mayores. Finalmente, ¿será que a partir de estos será posible armar una plataforma para desprivatizar el Estado, politizar nuestras prácticas y resignificar la democracia como algo que no es sólo una cosa abstracta que se materializa cada 5 años?

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