Después de un buen tiempo de hacerle caso al descuido,
les hago llegar dos poemas de Juan Gonzalo Rose… para vuestro disfrute:
ESCRIBANO EN LA BALANZA
Y después de servirte
e informarte,
de transitar a mula tus ministerios grises,
los plácemes del sol, las gargantúas de las soledades;
después del recorrido
y de los testimonios
escritos en papeles y tijuanas
se cumplirá tu ley, Rey
Severísimo: muerto seré:
ni siquiera pichón de cacatúa,
coraza de ostras, cachivache ardiendo:
sensatamente un muerto.
Un hombre muerto.
¿Y la frase pensada subido
en un camello? ¿Y el poema
que dije conversando con Walter,
y mis leyes de Niza, y mi ópera
al sacarme la corbata?
¿Quién habrá de escucharlos, Rey
Artero,
cuando las horas huecas
alarguen a mis pencas sus hocicos?
Nadie.
Nadie.
Pero entre los aperos de tus largos veranos,
¡oh Rey del exterminio!, seguirás,
encontrando mis mensajes:
este es mi oficio.
Y esta fugacidad:
todo mi reino.
e informarte,
de transitar a mula tus ministerios grises,
los plácemes del sol, las gargantúas de las soledades;
después del recorrido
y de los testimonios
escritos en papeles y tijuanas
se cumplirá tu ley, Rey
Severísimo: muerto seré:
ni siquiera pichón de cacatúa,
coraza de ostras, cachivache ardiendo:
sensatamente un muerto.
Un hombre muerto.
¿Y la frase pensada subido
en un camello? ¿Y el poema
que dije conversando con Walter,
y mis leyes de Niza, y mi ópera
al sacarme la corbata?
¿Quién habrá de escucharlos, Rey
Artero,
cuando las horas huecas
alarguen a mis pencas sus hocicos?
Nadie.
Nadie.
Pero entre los aperos de tus largos veranos,
¡oh Rey del exterminio!, seguirás,
encontrando mis mensajes:
este es mi oficio.
Y esta fugacidad:
todo mi reino.
EL VASO
Roto ha de estar, supongo,
el vaso cojo de mi antigua casa.
¡Cómo ha podido contener, él solo,
el agua toda que bebí en mi infancia!
Alguna mano familiar y amiga
debió romperlo —una tarde acaso—
y toda el agua de mi infancia rota
cayó en mi alma, viuda de ese vaso.
No lo neguéis (mamá, no ha sido adrede)
desde aquí estoy viendo,
parado y solo en terraplén extraño,
el agua de mi infancia derramada.
Así como yo cuido mi corazón, cuidadme
los amados objetos de este reino
que edifiqué con risa ya llorada.
Ayer —no me lo dijo nadie, lo he sabido
como se advierte el dolor del llanto
en la cama de hotel que nos cobija—
alguien ha roto el vaso donde un niño
supo peinar la sed de lo jugado.
Por eso insisto:
guardad las cosas del que está lejano,
defendedlas de los vuelos terribles de la mano.
Estar ausente tantos años hace
sentirse un muerto al vivo más presente
y por eso perdono (yo al culpable)
tanto naufragio,
tanta rotura de alma impunemente.
Pero el vaso, no, el vaso nunca:
otros vasos habrá, pero ninguno
que conserve los versos de la fuente.
el vaso cojo de mi antigua casa.
¡Cómo ha podido contener, él solo,
el agua toda que bebí en mi infancia!
Alguna mano familiar y amiga
debió romperlo —una tarde acaso—
y toda el agua de mi infancia rota
cayó en mi alma, viuda de ese vaso.
No lo neguéis (mamá, no ha sido adrede)
desde aquí estoy viendo,
parado y solo en terraplén extraño,
el agua de mi infancia derramada.
Así como yo cuido mi corazón, cuidadme
los amados objetos de este reino
que edifiqué con risa ya llorada.
Ayer —no me lo dijo nadie, lo he sabido
como se advierte el dolor del llanto
en la cama de hotel que nos cobija—
alguien ha roto el vaso donde un niño
supo peinar la sed de lo jugado.
Por eso insisto:
guardad las cosas del que está lejano,
defendedlas de los vuelos terribles de la mano.
Estar ausente tantos años hace
sentirse un muerto al vivo más presente
y por eso perdono (yo al culpable)
tanto naufragio,
tanta rotura de alma impunemente.
Pero el vaso, no, el vaso nunca:
otros vasos habrá, pero ninguno
que conserve los versos de la fuente.
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