lunes, 28 de junio de 2010

Baltasar Garzón y lo que ahora está en juego

El Director de Le Monde Diplomatique, edición española, Ignacio Ramonet, en fecha 19/05/2010, escribió el artículo que leerán a continuación y trata acerca del caso del juez español Baltasar Garzón. Lectura de naturaleza obligatoria y esclarecedora.


LA DERECHA NO PERDONA
Por Ignacio Ramonet
“Disparatado”, “extravagante”, “inaudito”... La prensa mundial, las asociaciones de defensa de los derechos humanos y los más eminentes juristas internacionales no salen de su estupor. ¿Por qué la justicia española, que tanto hizo estos últimos años para reprimir los crímenes de lesa humanidad en distintas partes del globo, quiere sentar en el banquillo a Baltasar Garzón, el juez que mejor simboliza el paradigma contemporáneo en la aplicación de la justicia universal?
Los medios internacionales recuerdan los méritos del “superjuez”: su trascendental papel en el arresto del dictador chileno Augusto Pinochet en Londres, en 1998; su denuncia de las atrocidades cometidas por los militares en Argentina, Guatemala y otras dictaduras latinoamericanas; su empeño en desmantelar a los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) y en enviar a los tribunales a Felipe González; su oposición a la invasión de Irak en 2003, y hasta su reciente viaje a Honduras para advertir a los golpistas que los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles.
Como juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón ha encausado a unos mil activistas de la organización ETA (la derecha sugirió que se le concediera por eso el Premio Nobel de la Paz…). Lo que ha dado lugar a críticas, en particular su decisión de ordenar, en 1998, el cierre del diario Egin. O sus órdenes de detención, bajo régimen de incomunicación, de personas acusadas de terrorismo. Organismos como el Comité para la Prevención de la Tortura, del Consejo de Europa, reclaman la abolición de esa modalidad de detención. También se ha criticado la inmoderada afición del “juez estrella” por los primeros planos mediáticos.

En cualquier caso, Garzón ha demostrado ser un juez alborotador, independiente e incorruptible. Por eso ha acumulado tantos adversarios y se ve perseguido hoy por los corruptos de la trama “Gürtel” (1) y los herederos del franquismo. En el Tribunal Supremo hay, en efecto, tres denuncias contra él. Una sobre unos honorarios que habría percibido por unas conferencias en Nueva York patrocinadas por el Banco de Santander. Otra sobre unas escuchas telefónicas ordenadas en el marco de la investigación sobre la red «Gürtel». Y la principal: por investigar los crímenes del franquismo.
Tres organizaciones ultraconservadoras lo acusan de “prevaricación” (2) por haber iniciado, en octubre de 2008, una investigación sobre las desapariciones durante la Guerra Civil española de más de cien mil republicanos (que siguen yaciendo en las cunetas y fosas, sin derecho a un entierro digno) y sobre el destino de 30.000 niños arrebatados a sus madres en las cárceles (3) para ser entregados a familias del bando vencedor durante la dictadura franquista (1939-1975).

Si lo declaran culpable, Garzón se enfrenta a una suspensión de entre diez y veinte años. Sería el fin del juez. Y sería una vergüenza. Porque, en el fondo, este asunto gira en torno a una cuestión central: ¿qué hacer, desde el punto de vista simbólico, con la Guerra Civil? La decisión administrativa tomada en 1977, con la Ley de Amnistía (que, en lo inmediato, buscaba esencialmente sacar de prisión a cientos de detenidos de izquierda), fue de no hacer justicia y de no encarar ningún tipo de política de memoria.
Obviamente, a 71 años del final del conflicto, y al haber desaparecido, por causas biológicas, los principales responsables, hacer justicia no consiste en llevar materialmente a los acusados de crímenes abominables ante los tribunales.
Éste no es sólo un asunto jurídico. Si tanto apasiona a millones de españoles es porque sienten que, más allá del caso Garzón, lo que está en juego es el derecho de las víctimas a una reparación moral, el derecho colectivo a la memoria, a poder establecer oficialmente, sobre la base de las atrocidades demostradas, que el franquismo fue una abominación. Y que su impunidad es insoportable. Poder enunciarlo, proclamarlo y mostrarlo en “museos consagrados a la Guerra Civil”, por ejemplo; en los manuales escolares de historia; en días de solemne homenaje colectivo, etc. Como se hace en toda Europa en solidaridad con las víctimas del nazismo.
Los partidarios de la “cultura del ocultamiento” acusan a Garzón de querer abrir la caja de Pandora y enfrentar de nuevo a los españoles. Insisten en que también en el otro bando se cometieron crímenes. No acaban de entender la especificidad del franquismo. Se comportan como un periodista que, deseando organizar un “debate equilibrado” sobre la Segunda Guerra Mundial, decidiese: “Un minuto para Hitler y un minuto para los judíos”.

El franquismo no fue sólo la guerra (en la que el general Queipo de Llano afirmaba: “Hay que sembrar el terror eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensan como nosotros.”); fue sobre todo, de 1939 a 1975, un régimen autoritario de los más implacables del siglo XX, que usó el terror de forma planificada y sistemática para exterminar a sus oponentes ideológicos y atemorizar a toda la población. Afirmar esto no es una consideración política, sino una constatación histórica.
La Ley de Amnistía condujo a imponer, sobre la “banalidad del mal” franquista, una suerte de amnesia oficial, una “escotomización”, o sea un mecanismo de “ceguera inconsciente” (en este caso, colectiva) mediante el cual un sujeto hace desaparecer hechos desagradables de su memoria. Hasta que un día regresan a borbotones, en un estallido de irracionalidad.
Es lo que ha querido evitar el juez Garzón. Revelar la naturaleza malévola del franquismo, para que la historia no pueda repetirse. Nunca más.


1 Que afecta a personalidades del Partido Popular (PP, derecha), en especial al empresario Francisco Correa y al presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia, Francisco Camps.
2 La prevaricación consiste en que una autoridad dicte una resolución en un asunto administrativo o judicial, a sabiendas de que dicha resolución es injusta. Es un delito sancionado por el Código Penal español (título XIX, cap. 1°, art. 404).
3 Ricard Vinyes, Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en las cárceles franquistas, Planeta, Barcelona, 2002. Ver el documental Els nens perduts del franquisme (Los niños perdidos del franquisme (Los niños perdidos del franquismo), de Montserrat Armengou y Ricard Belis.

1 comentario:

  1. Es indignante lo que le hacen a Garzón, pero no sé si es falta de difusión o noto cierta indiferencia del pueblo español, para manifestar su apoyo a Garzón. Cuando hicimos la marcha de protesta por el atentando del 11 de marzo, unos estúpidos tuvieron el atrevimiento de sacar una bandera de la Falange. Inmediatamente todos empezamos la rechifla y los de cerca los obligaron a guardar la bandera o retirarse... hace ya cinco años que no voy a España pero me daría mucha pena que la crisis económica les estuviera comiendo el coco al grado de perder su conciencia social. El ataque a Garzón es un ataque a la libertad del pueblo español, como bien lo planteas. Gracias como de costumbre!

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