miércoles, 9 de junio de 2010

Eduardo Galeano: Arguedas y Onetti

Dos relatos breves que conectan a dos grandes de la literatura latinoamericana.

1969, LIMA: ARGUEDAS
Se parte el cráneo de un balazo. Su historia es la historia del Perú; y enfermo de Perú se mata.
Hijo de blancos, José María Arguedas había sido criado por los indios. Habló quechua durante toda su infancia. A los diecisiete años fue arrancado de la sierra y arrojado en la costa; salió de los pueblitos comuneros para entrar en las ciudades propietarias.

Aprendió la lengua de los vencedores y en ella habló y escribió. Nunca escribió “sobre” los vencidos, sino “desde” ellos. Supo decirlos, pero su hazaña fue su maldición. Sentía que todo lo suyo era traición o fracaso, desgarramiento inútil. No podía ser indio, no quería ser blanco, no soportaba ser a la vez el desprecio y el despreciado.
Caminó el solitario caminante al borde de ese abismo entre los dos mundos enemigos que le dividían el alma. Muchas avalanchas de angustia le cayeron encima, peores que cualquier alud de lodo y piedras; hasta que fue derribado.

De Memoria del fuego / El siglo del viento, de Eduardo Galeano

ONETTI
Yo estaba regresando a Montevideo, al cabo de un viaje. De dónde venía, no recuerdo, pero sí recuerdo que en el avión había leído El zorro de arriba y el zorro de abajo, la novela final de José María Arguedas. Arguedas había empezado a escribir ese adiós a la vida el día que decidió matarse, y la novela era su largo y desesperado testamento. Yo la leí y le creí, desde la primera página le creí: aunque no conocía a ese hombre, le creí como si fuera mi siempre amigo.

En El zorro, Arguedas había dedicado a Onetti el más alto elogio que un escritor pueda brindar a otro escritor: había escrito que estaba en Santiago de Chile, pero en realidad quería estar en Montevideo, “para encontrarse con Onetti y apretarle la mano con que escribe”.
En casa de Onetti, se lo comenté. El no sabía. La novela recién publicada, no había llegado todavía a Montevideo. Se lo comenté, y Onetti quedó callado. Hacía bien poco que Arguedas se había partido la cabeza de un balazo.
Los dos estuvimos mucho tiempo, minutos o años, en silencio. Después yo dije algo, pregunté algo y Onetti no contestó. Entonces alcé los ojos y le vi aquel tajo de humedad que le partía la cara.

De El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano

2 comentarios:

  1. Amo la literatura pero la sé tan poco, que disfruto siempre los suculentos manjares que me acercas a la mesa. Gracias

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  2. Comparto plenamente el delirio frente a este divino manjar que nos entregas

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