viernes, 3 de febrero de 2012

Lapidación de la opinión…

Hace unos días, en su blog “Vano Oficio” - enlace del diario El País de España - el escritor peruano Iván Thays se expresó de modo “incorrecto” de la comida peruana, lo que – como es lógico – le valió una andanada destructiva de críticas e insultos de compatriotas que han sentido vulnerada la vena más sensible de su “marca país”.

Como resulta obvio, entre la vorágine de críticas han tachado al escritor de “don nadie”, “ignorante”, “traidor a la patria”, entre las calificaciones más generosas… algunas otras resultan irreproducibles.

El caso es que Thays emite su opinión acerca del libro “Cocinero en su Tinta” del escritor peruano Gustavo Rodríguez, claro que esa opinión se expande a críticas de ciertos aspectos de nuestra gastronomía nacional.

Personalmente, a mi me gusta nuestra comida y si me hace daño lo atribuyo a ciertas debilidades que no tienen nada que ver con el tipo de platillo, sino con aspectos exógenos que no precisamente son culpa de la cocina. Pero ésos son mis gustos, adquiridos además porque me recuerdan en cada bocado pasajes entrañables de mi vida. La mesa compartida con la familia y los amigos.

Hace muchísimos años, aquí en Cusco, estuve como parte de la organización de un coloquio de literatura en el cual participó Iván Thays. La percepción que tuve de él es la de un muchacho inmensamente talentoso aunque débil de estómago, no olviden que en ese tipo de certámenes todos comíamos en un solo lugar… mientras Blanca Varela, Javier Sologuren o Washington Delgado estaban almorzando o cenando con normalidad, Thays se resistía a probar bocado… una mezcla de mal de altura con indigestión permanente derivaron en su retorno a Lima después de 48 horas. Esa fue la única vez que lo vi.

Leí algunos de sus libros, me gustaron muchísimo “Las Fotografías de Frances Farmer” y “Un Lugar Llamado Oreja de Perro”. Insisto y sumo, talento desbordante y limeñismo puro, pero me siento orgulloso de ser su compatriota y debo decir que estoy en completo descuerdo con esa suerte de lapidación virtual que han cometido con él, todo por expresar una opinión con la cual podemos estar en desacuerdo, pero es su opinión y considero un terrible acto de intolerancia no respetarla. Como si nuestra comida fuera una figura totémica y cualquiera al que no le guste es un blasfemo que merece - por lo menos - el destierro.

Los cocineros peruanos han formado la nueva inquisición. A la hoguera los que no gustan de San Cebiche o Santa Inka Kola, el apedreamiento es nuestro deber, miremos bien nuestras manos, no vaya a ser que estén llenas de proyectiles.

Una vez más repito: Perú, país orgulloso de su comida y avergonzado de sus hambrientos.

Para evitar especulaciones, aquí el enlace del blog de Iván Thays… buscar el post “Con la Tinta aún Húmeda” y su descargo en “¿Porqué Hacen Tanta Bulla?”:

http://blogs.elpais.com/vano-oficio/

A colación transcribo el siguiente poema de Pablo Neruda que me parece oportuno para esta ocasión:


El Gran Mantel

Cuando llamaron a comer

se abalanzaron los tiranos

y sus cocotas pasajeras,

y era hermoso verlas pasar

como avispas de busto grueso

seguidas por aquellos pálidos

y desdichados tigres públicos.

Su oscura ración de pan

comió el campesino en el campo,

estaba solo y era tarde,

estaba rodeado de trigo,

pero no tenía más pan,

se lo comió con dientes duros,

mirándolo con ojos duros.

En la hora azul del almuerzo,

la hora infinita del asado,

el poeta deja su lira,

toma el cuchillo, el tenedor

y pone su vaso en la mesa,

y los pescadores acuden

al breve mar de la sopera.

Las papas ardiendo protestan

entre las lenguas del aceite.

Es de oro el cordero en las brasas

y se desviste la cebolla.

Es triste comer de frac,

es comer en un ataúd,

pero comer en los conventos

es comer ya bajo la tierra.

Comer solos es muy amargo

pero no comer es profundo,

es hueco, es verde, tiene espinas

como una cadena de anzuelos

que cae desde el corazón

y que te clava por adentro.

Tener hambre es como tenazas,

es como muerden los cangrejos,

quema, quema y no tiene fuego:

el hambre es un incendio frío.

Sentémonos pronto a comer

con todos los que no han comido,

pongamos los largos manteles,

la sal en los lagos del mundo,

panaderías planetarias,

mesas con fresas en la nieve,

y un plato como la luna

en donde todos almorcemos.

Por ahora no pido más

que la justicia del almuerzo.









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