jueves, 29 de octubre de 2009

El aborto del Tribunal (un post de César Hidebrandt)

Para completar la idea del post anterior, aquí transcribo un post de César Hildebrandt publicado en su blog (bloghildebrandt.blogspot.com)el 24 de octubre, de obligatoria lectura, ya que el Tribunal Constitucional se ha pronunciado respecto de la posibilidad del reparto gratuito de la llamada “píldora del día siguiente”, a cargo del Ministerio de Salud.
Con no poca sorpresa, en los últimos días, he escuchado una serie de argumentos en contra de la despenalización de aborto y también acerca de que la píldora de marras es abortiva, señalando con temerario desparpajo que “si estas en contra de la pena de muerte no puedes estar a favor de la despenalización de aborto y del reparto de la píldora”.
Bueno, sin más preámbulo, el post ofrecido:

Está probado que la píldora del día siguiente impide la concepción porque engrosa el moco cervical y altera la ovulación. De modo que el espermatozoide busca sin suerte y no se empareja con nadie. No hay “boda microscópica”.
Eso lo dice la Organización Mundial de la Salud, lo confirman las pruebas de laboratorio y lo aseguran todos los médicos serios a los que se puede consultar.
Sin embargo, el Tribunal Constitucional, al que tenemos hasta en la sopa, ha decidido meterse ahora en el endometrio y en el moco para decirnos que “no está probado” que la píldora en cuestión “no sea abortiva”.
Bueno, tampoco está probado que los magistrados del TC no sean idiotas.
Porque hay que tener algo de idiota para desacreditar a la institución a la que se pertenece.
Y no me refiero sólo a la “sentencia” de ayer –sentencia que contradice una del 2006, año en el que el mismo tribunal declaró que sí era legítimo que el ministerio de Salud repartiera gratuitamente la píldora del día siguiente.
Me refiero a los aberrantes fallos con los que el TC, politizado por el mecanismo del nombramiento de sus miembros, ha excedido largamente su jurisdicción, o ha lesionado derechos individuales, o ha interpretado, bajo presión, de un modo arbitrario, la propia Constitución.
Todos recordamos las sentencias del TC respecto del carácter inamovible de los beneficios de la ley pensionaria 20530 debido a que la casi totalidad de sus miembros disfrutaba de sus beneficios.
Todos hemos visto lo que pasó en el caso de Antauro Humala, donde el TC, bajo presión directa del aparato de coerción del Estado, hubo de modificar una propia sentencia gracias al cambio repentino de parecer de uno de sus integrantes.
Juristas como Aníbal Quiroga, de cuya conducta política se puede discrepar pero cuyos conocimientos académicos resultan indiscutibles, han recordado en un ensayo casos vergonzosos como aquel en el que el TC emitió, desde su página web, dos sentencias contradictorias con la firma del mismo ponente (fue el 18 de febrero del año 2005).
Y ya no hablemos de aquel famoso caso en el que un TC conducido por sonámbulos se atrevió a pronunciarse sobre una ley ya derogada (la ley 28577, que versaba sobre el cómputo de carcelería en los casos de arresto domiciliario).
El TC nació para proteger la Constitución.
La Constitución vigente no dice que seamos un estado confesional católico. Dice que “dentro de un régimen de independencia y autonomía, el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración”.
Pues ese artículo –el 50- ha sido zarandeado por el TC, asustado por la sotanería intransigente, la hipocresía arzobispal y la canalla teocrática que considera a la mujer un vientre que pare y un animal de redil.
El TC, además, ha mentido al repetir el argumento de Luis Solari, que fue hasta sus oficinas a presionar, y de Rafael Rey, que hizo lo mismo y tuvo una encerrona con los magistrados que iban a fallar.
Y el único argumento de esos santos varones es la farsa de decir que la píldora del día siguiente es abortiva. Y que por eso lesiona aquella parte de la Constitución que establece: “El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le favorece”.
Pero sin concepción no hay concebido y, por lo tanto, no hay histeria farisea que gritonear.
Hay que ser un cruzado del Opus Dei, como Solari, o un fanático tensado por sus inhibiciones como Rey, para ver asesinato donde hay evitamiento e indignidad donde, precisamente, se ejerce el derecho de la mujer a pausar o no su fertilidad.
Hay cada día más razones para que revisemos los fundamentos de un Tribunal Constitucional que puede llegar a este nivel de ignara intromisión. Que puede, en suma, violar la Constitución “para defenderla”. Y que puede castigar a las mujeres pobres prohibiéndoles el uso de un recurso extremo que las pagantes podrán comprar en cualquier farmacia.
Y que puede sumarse a la puesta en escena de la Inquisición resurrecta.
La jerarquía católica es heredera de cientos de años de quemante intolerancia. Durante siglos la Iglesia que acoge a Solari y a Rey extirpó de la tierra, o torturó salvajemente, a concebidos de todos los matices y rangos sociales.
Esa oscuridad fungosa parece volver cada cierto tiempo a Lima. Viene con capirotes y rosarios y excomuniones solapadas.
Y viene a decirnos qué es pecado y qué no lo es, cuáles son las prerrogativas de la mujer respecto de su matriz, cuántos y qué debemos ser y por qué es diabólico usar condón, tomar pildoras, no parir a un ser anancefálico, usar espermicidas, o diafragmas, o dispositivos intrauterinos, o pastillas poscoitales.
No se trata de moral ni de cánones. Ni de teología ni de santidad. Ni de Evangelios ni de historia.
Se trata de poder, de autoridad, de control. Si controlas la reproducción, controlas lo más íntimo, el centro de la voluntad, la raíz de la autoestima. Controlas el rebaño.
Y el TC se ha prestado a todo esto. Qué vergüenza.

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