Durante toda la algarabía de mi niñez, cazaba las tardes. Luego, no tardé en arrojarme a la adolescencia, arropado por tus ojos. Los mismos que he vuelto a ver tras varias jornadas de nocturnidad y flagelo que diseñaron estas cicatrices.
Ahora lo sé. Todos mis silencios dicen tu nombre.
Como la bruma adora la mañana (deberías ver una madrugada en el valle del río Mapacho), te quiero como el eucalipto cuando abrazaba tu recuerdo. Como mi tristeza cuando acariciaba tu ausencia.
Hasta que mi soledad de estrelló – nuevamente - con la dulce pared de tu mirada.
Me abandono a la espera de tu imagen y – con toda conciencia – me rindo ante tus dedos, tu cabello… tu sonrisa.
Hasta tengo ganas de respirar, hasta me gusta la ciudad que acaricia tus pies, porque conviertes el cemento en prados y el “mar en primavera”, como diría el gran Charly.
Allá voy.
Para la espera, un fragmento de “Rayuela” de Julio Cortázar (Argentina, 1914- 1984)
Toco tu boca
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí, para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender, coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca, y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos, el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
Julio Cortázar
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